ESPECIALIZACIÓN INFORMÁTICA EDUCATIVA

lunes, 25 de mayo de 2015

cronica periodistica grado 8

"El Perro Lobo", récord criminal
Una fatal inclinación al delito, perfeccionada por experiencias carcelarias, fue la de Santiago Ospina, un joven de prestante familia que tempranamente dejó conocer su desvío y su capacidad criminal.
Como tantos muchachos, por segunda vez perdió el quinto año de bachillerato y, con la aprobación de la familia, decidió no estudiar más. Como se había convertido en un vago, sus parientes le buscaron un empleo y entró a cumplir menesteres de mensajero en una respetable firma comercial. Un día su jefe lo mandó al banco para que hiciera una consignación. Era una suma para entonces cuantiosa. Algo más de quince mil pesos, representadas las dos terceras partes en dinero en efectivo y el resto en cheques. Santiago no regresó a la oficina, y por la noche tampoco llegó a su casa. Pocos días después la policía lo capturó en Cali, donde se había entregado a una gran vida. Traído a Bogotá, fue a dar a la cárcel Modelo, bajo la acusación de abuso de confianza, ilicitud que con esta denominación había denunciado la firma comercial perjudicada.
Como el delito de abuso de confianza es, o al menos era, desistible, si el denunciante recuperaba la pérdida, podía retirar la denuncia y el sindicado quedaba libre. La familia de Santiago, de recursos no muy cuantiosos, hizo lo que pudo para reunir la suma desfalcada y el caso quedó arreglado.
El joven delincuente, al regresar a su vida ordinaria, contaba con la experiencia carcelaria. No en vano se ha dicho que las cárceles son escuelas de delincuencia. Durante su breve prisión, que no pasó de un mes, el joven hizo amistad con dos sujetos que no le aventajaban mucho en edad pero que se contaban como veteranos en la violación de la ley penal. Al salir en libertad, los antiguos compañeros se comunicaron telefónicamente con Santiago y se reunieron con él. En estas charlas, que fueron sucesivas, se barajaron diversas iniciativas para hacerse a dinero.
Uno de los amigos de Santiago presentó un proyecto que fue acogido con entusiasmo. El proponente tenía amistad con Carlos J. Vargas, dueño de un almacén del centro de Bogotá, llamado "El Perro Lobo". Este comerciante era muy avaro y cauteloso, pero tenía un vicio que lo descontrolaba. Vargas era homosexual, y en este ejercicio fue como conoció al amigo de Santiago. Para cuidar su almacén por la noche, y al propio tiempo para jugar más libremente con sus aberraciones, Vargas tendía una cama detrás del mostrador y ahí pasaba la noche. Entre sus amigotes figuraba "Peluche", porque así llamaba, no se sabe por qué, el sujeto cuya ausencia tanto había extrañado, sin saber que estaba en la cárcel.
Ya hice referencia a la víctima escogida. Ahora me ocuparé de la ejecución del plan urdido por los tres jóvenes delincuentes.
Hacia las 9 y media de la noche, en el centro comercial bogotano de ese entonces, los transeúntes eran muy escasos. Poco más o menos a esa hora tocaron a la puerta de "El perro Lobo". Como el golpe era convenido entre Vargas y sus amiguitos, no tardó el comerciante en salir de su cama y preguntar antes de abrir la puerta:
-¿Quién toca a esta hora?
-Soy yo, "Peluche" -respondió uno de los tres jóvenes delincuentes, el que tenía "amistad" con el comerciante.
-Hola, "Peluchito" -exclamó Vargas-. Te me habías perdido. ¿Qué te habías hecho?
Y al decir estas últimas palabras, Vargas abrió una hoja de la puerta. En tropel penetraron los excarcelados, y uno de ellos le asestó un mazazo en la cabeza del desprevenido comerciante. Otro de los jóvenes delincuentes agarró a Vargas por el cuello con suficiente fuerza para estrangularlo. Cerraron la puerta y, validos de la luz que ya había encendido Vargas, esculcaron las gavetas y se apoderaron del dinero que encontraron. Al salir, ajustaron la puerta y emprendieron la retirada a paso rápido.
Dos días después, en vista de que Vargas no abría su almacén, los vecinos informaron a la policía que algo raro estaba pasando en "El Perro Lobo". Efectivamente, los representantes de la autoridad encontraron en el piso del local el cadáver del comerciante. El caso tuvo gran publicidad, pero quedó cubierto por el misterio, aunque no por mucho tiempo.
Los tres excarcelarios se repartieron el dinero, que no era mucho, y sucesivamente se reunieron para tramar un nuevo golpe.
En esta vez, la iniciativa correspondió a Ospina, quien confió a sus amigos un plan que ya había urdido. Muy poco tiempo antes, Ospina había acompañado a sus hermanas a pasar un fin de semana en el pintoresco pueblo cundinamarqués de La Vega, donde conoció aun señor Merino, comprador de café, que había llegado de Honda como solía hacerlo todos los fines de semana, durante la temporada de cosecha. -Ese hombre -dijo Ospina a sus compañeros- cuando va a comprar café lleva un montón de plata. ¿Qué tal sorprenderlo en el camino entre Faca y La Vega?
Al estudiar los pormenores del proyecto, pensaron en lo importante que sería disponer de un vehículo para llevar a cabo la delictuosa empresa. y Ospina dio la solución:
- Yo tengo un conocido, vendedor de carros usados. Es un tipo Soler Segura. Yo lo vi hace poco con un carro de muy buena marca y en muy buen estado. Por ese lado podemos conseguir un automóvil. Ya pensé cómo lo haremos.
Se presentó Ospina en la agencia donde trabajaba Soler Segura, y le dijo:
-Hace poco te vi en un Chevrolet verde. ¿Lo estás vendiendo? Porque yo te tengo un buen cliente para ya.
Como comprador, se presentó "Peluche", muy bien trajeado y aleccionado, y Soler Segura se prestó a darle al comprador potencial una demostración del mismo vehículo que ya había conocido fugazmente Ospina. Acordaron tomar la vía de Soacha, y Ospina ocupó uno de los puestos traseros.
-Un momento... -dijo uno de los malhechores, y Soler detuvo la marcha del Chevrolet.
En aquel mismo instante, Ospina le descerrajó un tiro de revólver en la nuca al infortunado vendedor. Lo mató instantáneamente, y con gran rapidez los criminales sacaron del carro el cadáver y lo arrojaron al margen de la carretera, muy cerca de la antigua estación ferroviaria de Bosa.
Por una vía secundaria que seguía la orilla oriental del aeropuerto de Techo llegaron a la troncal y tomaron rumbo a Facatativá.
Entre Facatativá y la quebrada de "El Vino" se les varó el automóvil, y decidieron esperar en ese lugar el paso del señor Merino. No contaban con que el cadáver de Soler segura fue encontrado e identificado muy pronto, y mediante comunicación telefónica de la policía con la agencia que la víctima del crimen representaba, se enteraron de que había salido en un automóvil Chevrolet, de determinadas placas, en demostración para su venta. Con admirable rapidez, la policía impartió órdenes a todos los pueblos próximos a Bogotá, y varias patrullas emprendieron por distintas vías la persecución. En Facatativá pudieron saber que un automóvil de las especificaciones del que estaba vendiendo el señor Soler había estado frente a una tienda en la salida de esta localidad, con tres jóvenes que siguieron su viaje por la vía ya mencionada. De esta manera, cuando se vararon y esperaban el paso del comprador de café, les cayó una patrulla de la policía y los capturó. Posteriormente se supo que el señor Merino, quien conducía su propio carro, se varó en las proximidades de Villeta, y el daño del vehículo fue tan grave que no insistió en el viaje a La Vega. Así, sin saberlo, se salvó del asalto que la peligrosa pandilla le había preparado.
La investigación del crimen no tuvo mayores tropiezos porque los tres delincuentes, aunque mañosamente, echaron por el camino de la confesión.
Las contradicciones en que incurrieron los sindicados dieron lugar a careos entre ellos, careos entre los cuales se formularon mutuas acusaciones. y fue así como vino a saberse que la misma pandilla había asesinado al señor Vargas, dueño del almacén "El Perro Lobo", caso que ya parecía haber quedado en la impunidad. Sobre los tres acusados recayó una pesada condena por homicidios agravados. Ospinafue juzgado y sentenciado en calidad de reo ausente, pues muy poco antes, durante una diligencia fuera de la cárcel, logró escaparse, y mucho tiempo pasó sin que se tuviera noticia de su paradero.
Personalmente, me correspondió comprobar que Ospina huyó al Ecuador, donde continuó su carrera delictiva. En efecto, en Quito entró en contacto con unidades del hampa y participó en el asalto a una joyería de la capital ecuatoriana, ocasión en la cual fue asesinado un celador nocturno. Pronto cayó preso y fue internado en el penal "García Moreno", construcción colonial habilitada como prisión y dotada de las mayores seguridades.
Sin embargo, Ospina logró fugarse del penal, que es el más tétrico entre cuantos yo haya conocido en mi ejercicio periodístico. Fue una fuga increíble. Ospina y tres compinches se aventuraron por una alcantarilla, y después de muchas penalidades lograron salir al campo de la libertad.
Con los compañeros de esta novelesca aventura el delincuente colombiano huyó a la ciudad de Ambato, Ecuador, donde a pleno día asaltaron un almacén de joyería y artículos de lujo. Capturada la pandilla fue a dar de nuevo al tenebroso penal quiteño.
Esta vez, Ospina fue "alojado" en una de las bóvedas de máxima seguridad. Una especie de cripta de gruesísimas paredes de piedra, cuyo arco frontal estaba formado por una reja de gruesos barrotes, asegurada con cerrojos pesadísimos y no operables desde el interior.
En charla con un periodista del diario El Comercio, de Quito, vinieron a cuento la disposición delictiva y la peligrosidad del colombiano Ospina. Me aconsejó el colega que lo visitara y aprovechara esa oportunidad para conocer la prisión, comparada con la cual las cárceles de nuestro país son hoteles de turismo. Me indicó el periodista quiteño que preguntara en la guardia por el director, cuyo nombre me dio, y que seguramente él me otorgaría el permiso.
Tal como se esperaba, el permiso me fue concedido, y recorrí varias dependencias del penal "García Moreno". Inclusive, con reja de por medio visité la bóveda donde pasaba solitario sus condenas el "compatriota", si así se puede decir. Era una bóveda penumbrosa y posiblemente húmeda. Le encontré alguna semejanza a las legendarias bóvedas del castillo de Bocachica. Ospina, aunque sorprendido por mi visita, me reconoció sin vacilaciones. Yo, francamente, no lo hubiera reconocido. Parecía muy despreocupado; estaba notoriamente flaco y tenía una barba rala, de quince días o poco más; había perdido varios de sus dientes, ya pesar de sus circunstancias, aún le quedaba ánimo para reír.
-Yo he aprendido algo de derecho -me dijo-, y estoy seguro de que tengo razón en lo que voy a pedirle: en Bogotá quedé debiendo algo de cárcel; más o menos lo mismo que debo aquí, pero con la diferencia de que lo de Bogotá fue anterior a las cosas del Ecuador. Estimo que lo natural y lo legal es que Colombia pida mi extradición. Quiero que usted, en su periódico, me le haga campaña a esta iniciativa.
Y rió, esta vez sonoramente y con un mayor brillo en los ojos. Detrás de sus palabras insinuantes me estaba diciendo a gritos: "De cualquier cárcel de Colombia me puedo fugar fácilmente. Pero de este maldito penal, dígame cómo".
El guardián que me escoltaba permaneció retirado a él algunos metros de distancia durante la visita. Con Ospina consumimos no menos de tres cigarrillos cada uno, y caritativamente acabé de prometerle que algo haría por él.
Esta entrevista se produjo en los primeros días de febrero de 1947, y desde entonces jamás he sabido de la suerte corrida por el delincuente, que por aquellos días tendría 25 años de edad. Le quedaba mucha vida para hacer diabluras. Es presumible que el joven delincuente de otros tiempos, sin que me pueda tachar de fatalista, debe haber muerto en alguna de sus peligrosas andanzas, o consumido por el rigor de la prisión.

martes, 19 de mayo de 2015

LA FOTOGRAFÍA GRADO 10

Teoría de composición

Hoy tendría que hablaros del ISO, pero no me ha dado tiempo de prepararos unas fotos de ejemplo, así que vamos a "desconectar" un poco de la teoría sobre elementos técnicos para hablar sobre la composición fotográfica...


Lo primero que siempre me han dicho cuando me han hablado de la composición, es que una buena fotografía es la que al verla te impacta, o te llega por algún motivo u otro. Estas reglas básicas de composición no tienen por qué cumplirse, ni todas, ni algunas, o incluso ninguna de ellas. Muchas veces una buena foto depende de la persona que la mira, y la que para ti pueda ser una foto genial, puede que no cumpla ninguna de las reglas que voy a comentar ahora.

SIMETRÍA

La simetría nos indica formalidad, orden, en la fotografía que estamos realizando. Se basa en conseguir imágenes con elementos de igual peso visual tanto a un lado como a otro. Por ejemplo fotografiar un horizonte en la playa, con el sol en el centro, o hacer una foto a elementos simétricos, nunca mejor dicho. Os dejo unos ejemplos de fotografías con simetría.

Salida peatonal del tunel de gran vía (Valencia)
Amanecer en la playa del Saler (Valencia)

Torre de muralla (Girona)

ASIMETRÍA

Caso contrario al de simetría. En este caso, en lugar de buscar la igualdad entre las dos partes de la imagen, se busca lo contrario, imágenes completamente diferentes en uno u otro lado. Por ejemplo, fotos de una escalera de caracol, o una foto a un horizonte en el que no esté recto el motivo, etc. En principio, cualquier fotografía que no cumpla con la simetría, cumplirá la asimetría, pero claro, no siempre que sea asimétrica será una buena o mala fotografía, hay que tener en cuenta si la composición merece esta asimetría o no. Os pongo un ejemplo de este caso.

Eldar. Me apetecía hacerle un primer plano y elegí coger el fondo no simétrico para romper la monotonía


COMPOSICIÓN CON LÍNEAS

Este elemento de composición es muy importante en mi opinión, ya que hace que las fotos sean muy llamativas y, aunque no sepamos por qué, nos dirijan a cierto punto de la foto, o nos saquen de la fotografía por el trazo que describen las líneas en ella. Esas líneas pueden ser reales o imaginarias, y pueden introducirnos en la fotografía hacia un punto concreto, que se llamarápunto de interés, o sacarnos de la fotografía por los trazos, si estos están en dirección hacia el exterior de la fotografía. Aquí os dejo algunos ejemplos al respecto sobre lineas en las fotografías

Túnel de la gran vía (Valencia)

Cadena en parque de cabecera (Valencia)

Atardecer en puerto de Catarroja (Valencia)

LEY DE LOS TERCIOS

Según esta ley, en una fotografía existen dos líneas horizontales y verticales imaginarias en la fotografía, de forma que la escena quedaría de la siguiente forma:



Teniendo en cuenta esto, los círculos que indican las intersecciones entre las rectas marcarían los llamados "puntos de interés" de la fotografía, y es donde se pondrían los objetos principales de la foto.

Por esto, cuando hacemos una fotografía a una persona, animal u objeto, es mejor dejarlo en uno de esos puntos que en el centro de la imagen, o eso dice la ley, siempre hay excepciones según lo que queramos de nuestra foto.

Las líneas nos marcarían dónde debemos situar el horizonte de un paisaje, o las líneas de un edificio, etc. Normalmente, para un paisaje con horizonte, o un paisaje en donde salga parte de cielo, se elegirá un tercio para la zona menos importante, y dos tercios para la zona más importante de la fotografía.

Por ejemplo, si es un amanecer, será más importante sacar el cielo que el suelo, por tanto le dedicaríamos dos tercios al cielo y uno al suelo. Si en cambio es un rebaño de ovejas con fondo de montañas y cielo, le dedicaríamos más espacio al suelo y menos al cielo.

Son leyes no escritas, y como toda ley, están para romperlas. Pero sí es recomendable seguirlas como norma general para tener unas fotografías correctas y visualmente bonitas. Aquí os dejo unos ejemplos, aunque algunas de las fotos anteriores también lo cumplen:

Eldar en la última Campus Party celebrada en Valencia

Señal de prohibido con grúa al fondo

Observad el paisaje y los tercios aquí

EQUILIBRIO

Puede parecer que no tiene nada que ver con la fotografía, pero una escena mal equilibrada es rechazada por cualquier observador de la fotografía, tirando por la borda el mensaje que se pretendiera transmitir. Por equilibrio entendemos una fotografía en la que los motivos están equilibrados a un lado y a otro de la foto. Se puede buscar un equilibrio exacto (simetría), o un equilibrio llamado de "balanza romana", en el que una parte tiene más peso que la otra de forma premeditada. 

Además, en fotografía a color, también se entiende por equilibrio el color en cada uno de los lados de la fotografía. Tiene que haber una armonía. Armonía que, si se rompe, sea de forma premeditada para que el observador se fije en esa parte de la escena antes que en cualquier otra. Casi cualquiera de las fotos anteriores sería equilibrada, o tendría el equilibrio roto de forma consciente, por lo que no os pondré ejemplos adicionales de este caso.

RITMO

El ritmo en fotografía viene dado por la repetición de algún patrón dentro de la escena que estamos mostrando. Por ejemplo, una fotografía de un edificio en el que todas las ventanas sean iguales, o que sea todo de ladrillos iguales, un cartón de huevo, terrenos de cultivo, etc. Es bueno que haya algún elemento que rompa el ritmo, para que se fije en él el punto de interés y así tener un motivo adicional en la fotografía. Tampoco os voy a poner ejemplos adicionales sobre este tipo de fotografía. Considero que muchas fotografías simétricas o con líneas imaginarias también deben tener ritmo para funcionar, por lo que podéis mirar los mismos ejemplos que antes.

Más o menos esto sería todo sobre la teoría de composición. No he entrado en retratos, pues eso es otro mundo, y ya entraremos a ello en otra ocasión. Creo que con lo que podáis haber aprendido aquí hoy tendréis suficiente para practicar las velocidades y el diafragma del otro día, obteniendo unas buenas tomas! El próximo día hablaré de la sensibilidad, también conocida como ISO.

miércoles, 29 de abril de 2015

TIPOS DE NARRADOR, GRADO 7


TALLER TIPOS DE NARRADOR
IDENTÍFICA EL TIPO DE NARRADOR EN CADA FRAGMENTO
1. Luego se habían metido poco a poco las dos y se iban riendo, conforme el agua les subía por las piernas y el vientre y la cintura. Se detenían, mirándose, y las risas les crecían y se les contagiaban como un cosquilleo nervioso. Se salpicaron y se agarraron dando gritos, hasta que ambas estuvieron del todo mojadas, jadeantes de risa.

                Sánchez Ferlosio, El Jarama

A.   3ª persona. Narrador omnisciente.
B.  3ª persona. Narrador observador.
C.  1ª persona. Narrador protagonista.

 2.La mañana del 4 de octubre, Gregorio Olías se levantó más temprano de lo habitual. Había pasado una noche confusa, y hacia el amanecer creyó soñar que un mensajero con antorcha se asomaba a la puerta para anunciarle que el día de la desgracia había llegado al fin.
A.     3ª persona. Narrador omnisciente.
B.     3º persona. Narrador observador.
C.    1ª persona. Narrador protagonista.

3. A los seis años ya había captado por completo su entorno mediante el olfato. No había ningún objeto en casa de madame Gaillard, ningún lugar en el extremo norte de la rue Charonne, ninguna persona, ninguna piedra, ningún árbol, arbusto o empalizada, ningún rincón, por pequeño que fuese, que no conociera, reconociera y retuviera en su memoria olfativamente, con su identidad respectiva. Había reunido y tenía a su disposición diez mil, cien mil aromas específicos, todos con tanta claridad, que no sólo se acordaba de ellos cuando volvía a olerlos, sino que los olía realmente cuando los recordaba; y aún más, con su sola fantasía era capaz de combinarlos entre sí, creando nuevos olores que no existían en el mundo real.

Süskind, P. El perfume
A.  3ª persona. Narrador omnisciente.
B.  3ª persona. Narrador observador.
C.  1ª persona. Narrador protagonista

 4. Hace muchos años tuve un amigo que se llamaba Jim, y desde entonces nunca he vuelto a ver a un norteamericano más triste. Desesperados he visto muchos. Tristes como Jim, ninguno. Una vez se marchó a Perú, en un viaje que debía durar más de seis meses, pero al cabo de poco tiempo volví a verlo.

Roberto Bolaño, Jim
A.  3ª persona. Narrador omnisciente.
B.  3ª persona. Narrador observador.
C.  1ª persona. Narrador protagonista.

5. Fue entonces cuando se torció el tobillo [...] Cayó en mala posición: el empeine del pie izquierdo cargó con todo el peso del cuerpo. Al pronto sintió un dolor agudísimo; pensó que se había roto el pie. Con alguna dificultad, sentado en el césped, se quitó la zapatilla y el calcetín, comprobó que el tobillo no estaba hinchado. El dolor amainó en seguida, y Mario se dijo que con suerte el percance no revestiría mayor importancia. Se puso el calcetín y la zapatilla; se incorporó; caminó con cuidado: una punzada le desgarraba el tobillo.

Javier Cercas, El inquilino
A. 3ª persona. Narrador omnisciente.
B. 3ª persona. Narrador observador.
C.  1ª persona. Narrador protagonista.

GRADO 10 INTERTEXTUALIDAD, CIRCE, LA ODISEA, HOMERO, JULIO CORTAZAR


HOLA CHICOS
Publico los textos, debido a que son extensos no es necesario imprimirlos, yo leds daré el taller para que realicen la relación intertextual.

CIRCE

JULIO CORTÁZAR

And one kiss I had of her mouth, as I took the apple from her hand. But while I bit it, my brain whirled and my foot stumbled; and I felt my crashing fall through the tangled boughs beneath her feet, and saw the dead white faces that welcomed me in the pit.

Dante Gabriel Rossetti

The Orchard-Pit

Porque ya no ha de importarle, pero esa vez le dolió la coincidencia de los chismes entrecortados, la cara servil de Madre Celeste contándole a tía Bebé la incrédula desazón en el gesto de su padre. Primero fue la de la casa de altos, su manera vacuna de girar despacio la cabeza, rumiando las palabras con delicia de bolo vegetal. Y también la chica de la farmacia -“no porque yo lo crea, pero si fuese verdad, ¡qué horrible!”- y hasta don Emilio, siempre discreto como sus lápices y sus libretas de hule. Todos hablaban de Delia Mañara con un resto de pudor, nada seguros de que pudiera ser así, pero en Mario se abría paso a puerta limpia un aire de rabia subiéndole a la cara. Odió de improviso a su familia con un ineficaz estallido de independencia. No los había querido nunca, sólo la sangre y el miedo a estar solo lo ataban a su madre y a los hermanos. Con los vecinos fue directo y brutal; a don Emilio lo puteó de arriba abajo la primera vez que se repitieron los comentarios. A la de la casa de altos le negó el saludo como si eso pudiera afligirla. Y cuando volvía del trabajo entraba ostensiblemente para saludar a los Mañara y acercarse -a veces con caramelos o un libro- a la muchacha que había matado a sus dos novios.



Yo me acuerdo mal de Delia, pero era fina y rubia, demasiado lenta en sus gestos (yo tenía doce años, el tiempo y las cosas son lentas entonces) y usaba vestidos claros con faldas de vuelo libre. Mario creyó un tiempo que la gracia de Delia y sus vestidos apoyaban el odio de la gente. Se lo dijo a Madre Celeste: "La odian porque no es chusma como ustedes, como yo mismo", y ni parpadeó cuando su madre hizo ademán de cruzarle la cara con una toalla. Después de eso fue la ruptura manifiesta; lo dejaban solo, le lavaban la ropa como por favor, los domingos se iban a Palermo o de picnic sin siquiera avisarle. Entonces Mario se acercaba a la ventana de Delia y le tiraba una piedrita. A veces ella salía, a veces la escuchaba reírse adentro, un poco malvadamente y sin darle esperanzas.



Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada melancolía casi colonial. Los Mañara se mudaron a cuatro cuadras y eso hace mucho en Almagro, de manera que otros vecinos empezaron a tratar a Delia, las familias de Victoria y Castro Barros se olvidaron del caso y Mario siguió viéndola dos veces por semana cuando volvía del banco. Era ya verano y Delia quería salir a veces, iban juntos a las confiterías de Rivadavia o a sentarse en Plaza Once. Mario cumplió diecinueve años, Delia vio llegar sin fiestas -todavía estaba de negro- los veintidós.



Los Mañara encontraban injustificado el luto por un novio, hasta Mario hubiera preferido un dolor sólo por dentro. Era penoso presenciar la sonrisa velada de Delia cuando se ponía el sombrero ante el espejo, tan rubia sobre el luto. Se dejaba adorar vagamente por Mario y los Mañara, se dejaba pasear y comprar cosas, volver con la última luz y recibir los domingos por la tarde. A veces salía sola hasta el antiguo barrio, donde Héctor la había festejado. Madre Celeste la vio pasar una tarde y cerró con ostensible desprecio las persianas. Un gato seguía a Delia, no se sabía si era cariño o dominación, le andaban cerca sin que ella los mirara. Mario notó una vez que un perro se apartaba cuando Delia iba a acariciarlo. Ella lo llamó (era en el Once, de tarde) y el perro vino manso, tal vez contento, hasta sus dedos. La madre decía que Delia había jugado con arañas cuando chiquita. Todos se asombraban, hasta Mario que les tenía poco miedo. Y las mariposas venían a su pelo -Mario vio dos en una sola tarde, en San Isidro-, pero Delia las ahuyentaba con un gesto liviano. Héctor le había regalado un conejo blanco, que murió pronto, antes que Héctor. Pero Héctor se tiró en Puerto Nuevo, un domingo de madrugada. Fue entonces cuando Mario oyó los primeros chismes. La muerte de Rolo Médicis no había interesado a nadie desde que medio mundo se muere de un síncope. Cuando Héctor se suicidó los vecinos vieron demasiadas coincidencias, en Mario renacía la cara servil de Madre Celeste contándole a tía Bebé, la incrédula desazón en el gesto de su padre. Para colmo fractura del cráneo, porque Rolo cayó de una pieza al salir del zaguán de los Mañara, y aunque ya estaba muerto, el golpe brutal contra el escalón fue otro feo detalle. Delia se había quedado adentro, raro que no se despidieran en la misma puerta, pero de todos modos estaba cerca de él y fue la primera en gritar. En cambio Héctor murió solo, en una noche de helada blanca, a las cinco horas de haber salido de casa de Delia como todos los sábados.



Yo me acuerdo mal de Mario, pero dicen que hacía linda pareja con Delia. Aunque ella estaba todavía con el luto por Héctor (nunca se puso luto por Rolo, vaya a saber el capricho), aceptaba la compañía de Mario para pasear por Almagro o ir al cine. Hasta ese entonces Mario se había sentido fuera de Delia, de su vida, hasta de la casa. Era siempre una "visita", y entre nosotros la palabra tiene un sentido exacto y divisorio. Cuando la tomaba del brazo para cruzar la calle, o al subir la escalera de la estación Medrano, miraba a veces su mano apretada contra la seda negra del vestido de Delia. Medía ese blanco sobre negro, esa distancia. Pero Delia se acercaría cuando volviera al gris, a los claros sombreros para el domingo de mañana.



Ahora que los chismes no eran un artificio absoluto, lo miserable para Mario estaba en que anexaban episodios indiferentes para darles un sentido. Mucha gente muere en Buenos Aires de ataques cardíacos o asfixia por inmersión. Muchos conejos languidecen y mueren en las casas, en los patios. Muchos perros rehúyen o aceptan las caricias. Las pocas líneas que Héctor dejó a su madre, los sollozos que la de la casa de altos dijo haber oído en el zaguán de los Mañara la noche en que murió Rolo (pero antes del golpe), el rostro de Delia los primeros días... La gente pone tanta inteligencia en esas cosas, y cómo de tantos nudos agregándose nace al final el trozo de tapiz -Mario vería a veces el tapiz, con asco, con terror, cuando el insomnio entraba en su piecita para ganarle la noche.



“Perdóname mi muerte, es imposible que entiendas, pero perdóname, mamá.” Un papelito arrancado al borde de Crítica, apretado con una piedra al lado del saco que quedó como un mojón para el primer marinero de la madrugada. Hasta esa noche había sido tan feliz, claro que lo habían visto raro las últimas semanas; no raro, mejor distraído, mirando el aire como si viera cosas. Igual que si tratara de escribir algo en el aire, descifrar un enigma. Todos los muchachos del café Rubí estaban de acuerdo. Mientras que Rolo no, le falló el corazón de golpe, Rolo era un muchacho solo y tranquilo, con plata y un Chevrolet doble faetón, de manera que pocos lo habían confrontado en ese tiempo final. En los zaguanes las cosas resuenan tanto, la de la casa de altos sostuvo días y días que el llanto de Rolo había sido como un alarido sofocado, un grito entre las manos que quieren ahogarlo y lo van cortando en pedazos. Y casi enseguida el golpe atroz de la cabeza contra el escalón, la carrera de Delia clamando, el revuelo ya inútil.



Sin darse cuenta, Mario juntaba pedazos de episodios, se descubría urdiendo explicaciones paralelas al ataque de los vecinos. Nunca preguntó a Delia, esperaba vagamente algo de ella. A veces pensaba si Delia sabría exactamente lo que se murmuraba. Hasta los Mañara eran raros, con su manera de aludir a Rolo y a Héctor sin violencia, como si estuviesen de viaje. Delia callaba protegida por ese acuerdo precavido e incondicional. Cuando Mario se agregó, discreto como ellos, los tres cubrieron a Delia con una sombra fina y constante, casi transparente los martes o los jueves, más palpable y solícita de sábado a lunes. Delia recobraba ahora una menuda vivacidad episódica, un día tocó el piano, otra vez jugó al ludo; era más dulce con Mario, lo hacía sentarse cerca de la ventana de la sala y le explicaba proyectos de costura o de bordado. Nunca le decía nada de los postres o los bombones, a Mario le extrañaba, pero lo atribuía a delicadeza, a miedo de aburrirlo. Los Mañara alababan los licores de Delia; una noche quisieron servirle una copita, pero Delia dijo con brusquedad que eran licores para mujeres y que había volcado casi todas las botellas. "A Héctor...", empezó plañidera su madre, y no dijo más por no apenar a Mario. Después se dieron cuenta de que a Mario no lo molestaba la evocación de los novios. No volvieron a hablar de licores hasta que Delia recobró la animación y quiso probar recetas nuevas. Mario se acordaba de esa tarde porque acababan de ascenderlo, y lo primero que hizo fue comprarle bombones a Delia. Los Mañara picoteaban pacientemente la galena del aparatito con teléfonos, y lo hicieron quedarse un rato en el comedor para que escuchara cantar a Rosita Quiroga. Luego él les dijo lo del ascenso, y que le traía bombones a Delia.



-Hiciste mal en comprar eso, pero andá, lleváselos, está en la sala. -Y lo miraron salir y se miraron hasta que Mañara se sacó los teléfonos como si se quitara una corona de laurel, y la señora suspiró desviando los ojos. De pronto los dos parecían desdichados, perdidos. Con un gesto turbio Mañara levantó la palanquita de la galena.



Delia se quedó mirando la caja y no hizo mucho caso de los bombones, pero cuando estaba comiendo el segundo, de menta con una crestita de nuez, le dijo a Mario que sabía hacer bombones. Parecía excusarse por no haberle confiado antes tantas cosas, empezó a describir con agilidad la manera de hacer los bombones, el relleno y los baños de chocolate o moka. Su mejor receta eran unos bombones a la naranja rellenos de licor, con una aguja perforó uno de los que le traía Mario para mostrarle cómo se los manipulaba; Mario veía sus dedos demasiado blancos contra el bombón, mirándola explicar le parecía un cirujano pausando un delicado tiempo quirúrgico. El bombón como una menuda laucha entre los dedos de Delia, una cosa diminuta pero viva que la aguja laceraba. Mario sintió un raro malestar, una dulzura de abominable repugnancia. “Tire ese bombón”, hubiera querido decirle. “Tírelo lejos, no vaya a llevárselo a la boca, porque está vivo, es un ratón vivo.” Después le volvió la alegría del ascenso, oyó a Delia repetir la receta del licor de té, del licor de rosa... Hundió los dedos en la caja y comió dos, tres bombones seguidos. Delia se sonreía como burlándose. Él se imaginaba cosas, y fue temerosamente feliz. “El tercer novio”, pensó raramente. “Decirle así: su tercer novio, pero vivo.”



Ahora ya es más difícil hablar de esto, está mezclado con otras historias que uno agrega a base de olvidos menores, de falsedades mínimas que tejen y tejen por detrás de los recuerdos; parece que él iba más seguido a lo de Mañara, la vuelta a la vida de Delia lo ceñía a sus gustos y a sus caprichos, hasta los Mañara le pidieron con algún recelo que alentara a Delia, y él compraba las sustancias para los licores, los filtros y embudos que ella recibía con una grave satisfacción en la que Mario sospechaba un poco de amor, por lo menos algún olvido de los muertos.



Los domingos se quedaba de sobremesa con los suyos, y Madre Celeste se lo agradecía sin sonreír, pero dándole lo mejor del postre y el café muy caliente. Por fin habían cesado los chismes, al menos no se hablaba de Delia en su presencia. Quién sabe si los bofetones al más chico de los Camiletti o el agrio encresparse frente a Madre Celeste entraban en eso; Mario llegó a creer que habían recapacitado, que absolvían a Delia y hasta la consideraban de nuevo. Nunca habló de su casa en lo de Mañara, ni mencionó a su amiga en las sobremesas del domingo. Empezaba a creer posible esa doble vida a cuatro cuadras una de otra; la esquina de Rivadavia y Castro Barros era el puente necesario y eficaz. Hasta tuvo esperanza de que el futuro acercara las casas, las gentes, sordo al paso incomprensible que sentía -a veces, a solas- como íntimamente ajeno y oscuro.



Otras gentes no iban a ver a los Mañara. Asombraba un poco esa ausencia de parientes o de amigos. Mario no tenía necesidad de inventarse un toque especial de timbre, todos sabían que era él. En diciembre, con un calor húmedo y dulce, Delia logró el licor de naranja concentrado, lo bebieron felices un atardecer de tormenta. Los Mañara no quisieron probarlo, seguros de que les haría mal. Delia no se ofendió, pero estaba como transfigurada mientras Mario sorbía apreciativo el dedalito violáceo lleno de luz naranja, de olor quemante. "Me va a hacer morir de calor, pero está delicioso", dijo una o dos veces. Delia, que hablaba poco cuando estaba contenta, observó: "Lo hice para vos". Los Mañara la miraban como queriendo leerle la receta, la alquimia minuciosa de quince días de trabajo.



A Rolo le habían gustado los licores de Delia, Mario lo supo por unas palabras de Mañara dichas al pasar cuando Delia no estaba: “Ella le hizo muchas bebidas. Pero Rolo tenía miedo por el corazón. El alcohol es malo para el corazón.” Tener un novio tan delicado, Mario comprendía ahora la liberación que asomaba en los gestos, en la manera de tocar el piano de Delia. Estuvo por preguntarle a los Mañara qué le gustaba a Héctor, si también Delia le hacía licores o postres a Héctor. Pensó en los bombones que Delia volvía a ensayar y que se alineaban para secarse en una repisa de la antecocina. Algo le decía a Mario que Delia iba a conseguir cosas maravillosas con los bombones. Después de pedir muchas veces, obtuvo que ella le hiciera probar uno. Ya se iba cuando Delia le trajo una muestra blanca y liviana en un platito de alpaca. Mientras lo saboreaba -algo apenas amargo, con un asomo de menta y nuez moscada mezclándose raramente-, Delia tenía los ojos bajos y el aire modesto. Se negó a aceptar los elogios, no era más que un ensayo y aún estaba lejos de lo que se proponía. Pero a la visita siguiente -también de noche, ya en la sombra de la despedida junto al piano- le permitió probar otro ensayo. Había que cerrar los ojos para adivinar el sabor, y Mario obediente cerró los ojos y adivinó un sabor a mandarina, levísimo, viniendo desde lo más hondo del chocolate. Sus dientes desmenuzaban trocitos crocantes, no alcanzó a sentir su sabor y era sólo la sensación agradable de encontrar un apoyo entre esa pulpa dulce y esquiva.



Delia estaba contenta del resultado, dijo a Mario que su descripción del sabor se acercaba a lo que había esperado. Todavía faltaban ensayos, había cosas sutiles por equilibrar. Los Mañara le dijeron a Mario que Delia no había vuelto a sentarse al piano, que se pasaba las horas preparando los licores, los bombones. No lo decían con reproche, pero tampoco estaban contentos; Mario adivinó que los gastos de Delia los afligían. Entonces pidió a Delia en secreto una lista de las esencias y sustancias necesarias. Ella hizo algo que nunca antes, le pasó los brazos por el cuello y lo besó en la mejilla. Su boca olía despacito a menta. Mario cerró los ojos llevado por la necesidad de sentir el perfume y el sabor desde debajo de los párpados. Y el beso volvió, más duro y quejándose.



No supo si le había devuelto el beso, tal vez se quedó quieto y pasivo, catador de Delia en la penumbra de la sala. Ella tocó el piano, como casi nunca ahora, y le pidió que volviera al otro día. Nunca habían hablado con esa voz, nunca se habían callado así. Los Mañara sospecharon algo, porque vinieron agitando los periódicos y con noticias de un aviador perdido en el Atlántico. Eran días en que muchos aviadores se quedaban a mitad del Atlántico. Alguien encendió la luz y Delia se apartó enojada del piano, a Mario le pareció un instante que su gesto ante la luz tenía algo de la fuga enceguecida del ciempiés, una loca carrera por las paredes. Abría y cerraba las manos, en el vano de la puerta, y después volvió como avergonzada, mirando de reojo a los Mañara; los miraba de reojo y se sonreía.



Sin sorpresa, casi como una confirmación, midió Mario esa noche la fragilidad de la paz de Delia, el peso persistente de la doble muerte. Rolo, vaya y pase; Héctor era ya el desborde, el trizado que desnuda un espejo. De Delia quedaban las manías delicadas, la manipulación de esencias y animales, su contacto con cosas simples y oscuras, la cercanía de las mariposas y los gatos, el aura de su respiración a medias en la muerte. Se prometió una caridad sin límites, una cura de años en habitaciones claras y parques alejados del recuerdo; tal vez sin casarse con Delia, simplemente prolongando este amor tranquilo hasta que ella no viese más una tercera muerte andando a su lado, otro novio, el que sigue para morir.



Creyó que los Mañara iban a alegrarse cuando él empezara a traerle los extractos a Delia; en cambio se enfurruñaron y se replegaron hoscos, sin comentarios, aunque terminaban transando y yéndose, sobre todo cuando venía la hora de las pruebas, siempre en la sala y casi de noche, y había que cerrar los ojos y definir -con cuántas vacilaciones a veces por la sutilidad de la materia- el sabor de un trocito de pulpa nueva, pequeño milagro en el plato de alpaca.



A cambio de esas atenciones, Mario obtenía de Delia una promesa de ir juntos al cine o pasear por Palermo. En los Mañara advertía gratitud y complicidad cada vez que venía a buscarla el sábado de tarde o la mañana del domingo. Como si prefiriesen quedarse solos en la casa para oír radio o jugar a las cartas. Pero también sospechó una repugnancia de Delia a irse de la casa cuando quedaban los viejos. Aunque no estaba triste junto a Mario, las pocas veces que salieron con los Mañara se alegró más, entonces se divertía de veras en la Exposición Rural, quería pastillas y aceptaba juguetes que a la vuelta miraba con fijeza, estudiándolos hasta cansarse. El aire puro le hacía bien, Mario le vio una tez más clara y un andar decidido. Lástima esa vuelta vespertina al laboratorio, el ensimismamiento interminable con la balanza o las tenacillas. Ahora los bombones la absorbían al punto de dejar los licores; ahora pocas veces daba a probar sus hallazgos. A los Mañara nunca; Mario sospechaba sin razones que los Mañara hubieran rehusado probar sabores nuevos; preferían los caramelos comunes y si Delia dejaba una caja sobre la mesa, sin invitarlos pero como invitándolos, ellos escogían las formas simples, las de antes, y hasta cortaban los bombones para examinar el relleno. A Mario lo divertía el sordo descontento de Delia junto al piano, su aire falsamente distraído. Guardaba para él las novedades, a último momento venía de la cocina con el platito de alpaca; una vez se hizo tarde tocando el piano y Delia dejó que la acompañara hasta la cocina para buscar unos bombones nuevos. Cuando encendió la luz, Mario vio el gato dormido en su rincón y las cucarachas que huían por las baldosas. Se acordó de la cocina de su casa, Madre Celeste desparramando polvo amarillo en los zócalos. Aquella noche los bombones tenían gusto a moka y un dejo raramente salado (en lo más lejano del sabor), como si al final del gusto se escondiera una lágrima; era idiota pensar en eso, en el resto de las lágrimas caídas la noche de Rolo en el zaguán.



-El pez de color está tan triste -dijo Delia, mostrándole el bocal con piedritas y falsas vegetaciones. Un pececillo rosa translúcido dormitaba con un acompasado movimiento de la boca. Su ojo frío miraba a Mario como una perla viva. Mario pensó en el ojo salado como una lágrima que resbalaría entre los dientes al mascarlo.



-Hay que renovarle más seguido el agua -propuso.



-Es inútil, está viejo y enfermo. Mañana se va a morir.



A él le sonó el anuncio como un retorno a lo peor, a la Delia atormentada del luto y los primeros tiempos. Todavía tan cerca de aquello, del peldaño y el muelle, con fotos de Héctor apareciendo de golpe entre los pares de medias o las enaguas de verano. Y una flor seca -del velorio de Rolo- sujeta sobre una estampa en la hoja del ropero.



Antes de irse le pidió que se casara con él en el otoño. Delia no dijo nada, se puso a mirar el suelo como si buscara una hormiga en la sala. Nunca habían hablado de eso. Delia parecía querer habituarse y pensar antes de contestarle. Después lo miró brillantemente, irguiéndose de golpe. Estaba hermosa, le temblaba un poco la boca. Hizo un gesto como para abrir una puertecita en el aire, un ademán casi mágico.



-Entonces sos mi novio -dijo-. Qué distinto me parecés, qué cambiado.



Madre Celeste oyó sin hablar la noticia, puso a un lado la plancha y en todo el día no se movió de su cuarto, adonde entraban de a uno los hermanos para salir con caras largas y vasitos de Hesperidina. Mario se fue a ver fútbol y por la noche llevó rosas a Delia. Los Mañara lo esperaban en la sala, lo abrazaron y le dijeron cosas, hubo que destapar una botella de oporto y comer masas. Ahora el tratamiento era íntimo y a la vez más lejano. Perdían la simplicidad de amigos para mirarse con los ojos del pariente, del que lo sabe todo desde la primera infancia. Mario besó a Delia, besó a mamá Mañara y al abrazar fuerte a su futuro suegro hubiera querido decirle que confiaran en él, nuevo soporte del hogar, pero no le venían las palabras. Se notaba que también los Mañara hubieran querido decirle algo y no se animaban. Agitando los periódicos volvieron a su cuarto y Mario se quedó con Delia y el piano, con Delia y la llamada de amor indio.



Una o dos veces, durante esas semanas de noviazgo, estuvo a un paso de citar a papá Mañara fuera de la casa para hablarle de los anónimos. Después lo creyó inútilmente cruel porque nada podía hacerse contra esos miserables que lo hostigaban. El peor vino un sábado a mediodía en un sobre azul, Mario se quedó mirando la fotografía de Héctor en Última Hora y los párrafos subrayados con tinta azul. "Sólo una honda desesperación pudo arrastrarlo al suicidio, según declaraciones de los familiares". Pensó raramente que los familiares de Héctor no habían aparecido más por lo de Mañara. Quizá fueron alguna vez en los primeros días. Se acordaba ahora del pez de color, los Mañara habían dicho que era regalo de la madre de Héctor. Pez de color muerto el día anunciado por Delia. Sólo una honda desesperación pudo arrastrarlo. Quemó el sobre, el recorte, hizo un recuento de sospechosos y se propuso franquearse con Delia, salvarla en sí mismo de los hilos de baba, del rezumar intolerable de esos rumores. A los cinco días (no había hablado con Delia ni con los Mañara), vino el segundo. En la cartulina celeste había primero una estrellita (no se sabía por qué) y después: "Yo que usted tendría cuidado con el escalón de la cancel". Del sobre salió un perfume vago a jabón de almendra. Mario pensó si la de la casa de altos usaría jabón de almendra, hasta tuvo el torpe valor de revisar la cómoda de Madre Celeste y de su hermana. También quemó este anónimo, tampoco le dijo nada a Delia. Era en diciembre, con el calor de esos diciembres del veintitantos, ahora iba después de cenar a lo de Delia y hablaban paseándose por el jardincito de atrás o dando vuelta a la manzana. Con el calor comían menos bombones, no que Delia renunciara a sus ensayos, pero traía pocas muestras a la sala, prefería guardarlos en cajas antiguas, protegidos en moldecitos, con un fino césped de papel verde claro por encima. Mario la notó inquieta, como alerta. A veces miraba hacia atrás en las esquinas, y la noche que hizo un gesto de rechazo al llegar al buzón de Medrano y Rivadavia, Mario comprendió que también a ella la estaban torturando desde lejos; que compartían sin decirlo un mismo hostigamiento.



Se encontró con papá Mañara en el Munich de Cangallo y Pueyrredón, lo colmó de cerveza y papas fritas sin arrancarlo de una vigilante modorra, como si desconfiara de la cita. Mario le dijo riendo que no iba a pedirle plata, sin rodeos le habló de los anónimos, la nerviosidad de Delia, el buzón de Medrano y Rivadavia.



-Ya sé que apenas nos casemos se acabarán estas infamias. Pero necesito que ustedes me ayuden, que la protejan. Una cosa así puede hacerle daño. Es tan delicada, tan sensible.



-Vos querés decir que se puede volver loca, ¿no es cierto?



-Bueno, no es eso. Pero si recibe anónimos como yo y se los calla, y eso se va juntando...



-Vos no la conocés a Delia. Los anónimos se los pasa... quiero decir que no le hacen mella. Es más dura de lo que te pensás.



-Pero mire que está como sobresaltada, que algo la trabaja -atinó a decir indefenso Mario.



-No es por eso, sabés. -Bebía su cerveza como para que le tapara la voz. -Antes fue igual, yo la conozco bien.



-¿Antes de qué?



-Antes de que se le murieran, zonzo. Pagá que estoy apurado.



Quiso protestar, pero papá Mañara estaba ya andando hacia la puerta. Le hizo un gesto vago de despedida y se fue para el Once con la cabeza gacha. Mario no se animó a seguirlo, ni siquiera pensar mucho lo que acababa de oír. Ahora estaba otra vez solo como al principio, frente a Madre Celeste, la de la casa de altos y los Mañara. Hasta los Mañara.



Delia sospechaba algo porque lo recibió distinta, casi parlanchina y sonsacadora. Tal vez los Mañara habían hablado del encuentro en el Munich. Mario esperó que tocara el tema para ayudarla a salir de ese silencio, pero ella prefería Rose Marie y un poco de Schumann, los tangos de Pacho con un compás cortado y entrador, hasta que los Mañara llegaron con galletitas y málaga y encendieron todas las luces. Se habló de Pola Negri, de un crimen en Liniers, del eclipse parcial y la descompostura del gato. Delia creía que el gato estaba empachado de pelos y apoyaba un tratamiento de aceite de castor. Los Mañara le daban la razón sin opinar, pero no parecían convencidos. Se acordaron de un veterinario amigo, de unas hojas amargas. Optaban por dejarlo solo en el jardincito, que él mismo eligiera los pastos curativos. Pero Delia dijo que el gato se moriría; tal vez el aceite le prolongara la vida un poco más. Oyeron a un diariero en la esquina y los Mañara corrieron juntos a comprar Última Hora. A una muda consulta de Delia fue Mario a apagar las luces de la sala. Quedó la lámpara en la mesa del rincón, manchando de amarillo viejo la carpeta de bordados futuristas. En torno del piano había una luz velada.



Mario preguntó por la ropa de Delia, si trabajaba en su ajuar, si marzo era mejor que mayo para el casamiento. Esperaba un instante de valor para mencionar los anónimos, un resto de miedo a equivocarse lo detenía cada vez. Delia estaba junto a él en el sofá verde oscuro, su ropa celeste la recortaba débilmente en la penumbra. Una vez que quiso besarla, la sintió contraerse poco a poco.



-Mamá va a volver a despedirse. Esperá que se vayan a la cama...



Afuera se oía a los Mañara, el crujir del diario, su diálogo continuo. No tenían sueño esa noche, las once y media y seguían charlando. Delia volvió al piano, como obstinándose tocaba largos valses criollos con da capo al fine una vez y otra, escalas y adornos un poco cursis, pero que a Mario le encantaban, y siguió en el piano hasta que los Mañara vinieron a decirles buenas noches, y que no se quedaran mucho rato, ahora que él era de la familia tenía que velar más que nunca por Delia y cuidar que no trasnochara. Cuando se fueron, como a disgusto, pero rendidos de sueño, el calor entraba a bocanadas por la puerta del zaguán y la ventana de la sala. Mario quiso un vaso de agua fresca y fue a la cocina, aunque Delia quería servírselo y se molestó un poco. Cuando estuvo de vuelta vio a Delia en la ventana, mirando la calle vacía por donde antes en noches iguales se iban Rolo y Héctor. Algo de luna se acostaba ya en el piso cerca de Delia, en el plato de alpaca que Delia guardaba en la mano como otra pequeña luna. No había querido pedirle a Mario que probara delante de los Mañara, él tenía que comprender cómo la cansaban los reproches de los Mañara, siempre encontraban que era abusar de la bondad de Mario pedirle que probara los nuevos bombones -claro que si no tenía ganas, pero nadie le merecía más confianza, los Mañara eran incapaces de apreciar un sabor distinto. Le ofrecía el bombón como suplicando, pero Mario comprendió el deseo que poblaba su voz, ahora lo abarcaba con una claridad que no venía de la luna, ni siquiera de Delia. Puso el vaso de agua sobre el piano (no había bebido en la cocina) y sostuvo con dos dedos el bombón, con Delia a su lado esperando el veredicto, anhelosa la respiración, como si todo dependiera de eso, sin hablar pero urgiéndolo con el gesto, los ojos crecidos -o era la sombra de la sala-, oscilando apenas el cuerpo al jadear, porque ahora era casi un jadeo cuando Mario acercó el bombón a la boca, iba a morder, bajaba la mano y Delia gemía como si en medio de un placer infinito se sintiera de pronto frustrada. Con la mano libre apretó apenas los flancos del bombón, pero no lo miraba, tenía los ojos en Delia y la cara de yeso, un pierrot repugnante en la penumbra. Los dedos se separaban, dividiendo el bombón. La luna cayó de plano en la masa blanquecina de la cucaracha, el cuerpo desnudo de su revestimiento coriáceo, y alrededor, mezclados con la menta y el mazapán, los trocitos de patas y alas, el polvillo del caparacho triturado.



Cuando le tiró los pedazos a la cara, Delia se tapó los ojos y empezó a sollozar, jadeando en un hipo que la ahogaba, cada vez más agudo el llanto, como la noche de Rolo; entonces los dedos de Mario se cerraron en su garganta como para protegerla de ese horror que le subía del pecho, un borborigmo de lloro y quejido, con risas quebradas por retorcimientos, pero él quería solamente que se callara y apretaba para que solamente se callara; la de la casa de altos estaría ya escuchando con miedo y delicia, de modo que había que callarla a toda costa. A su espalda, desde la cocina donde había encontrado al gato con las astillas clavadas en los ojos, todavía arrastrándose para morir dentro de la casa, oía la respiración de los Mañara levantados, escondiéndose en el comedor para espiarlos, estaba seguro de que los Mañara habían oído y estaban ahí contra la puerta, en la sombra del comedor, oyendo cómo él hacía callar a Delia. Aflojó el apretón y la dejó resbalar hasta el sofá, convulsa y negra, pero viva. Oía jadear a los Mañara, le dieron lástima por tantas cosas, por Delia misma, por dejársela otra vez y viva. Igual que Héctor y Rolo, se iba y se las dejaba. Tuvo mucha lástima de los Mañara, que habían estado ahí agazapados y esperando que él -por fin alguno- hiciera callar a Delia que lloraba, hiciera cesar por fin el llanto de Delia.



ODISEO EN LA ISLA DE LA HECHICERA CIRCE



Y llegamos a la isla de Eea, donde habita Circe, la de lindas trenzas, la terrible diosa dotada de voz, hermana carnal del sagaz Eetes: ambos habían nacido de Helios, el que lleva la luz a los mortales, y de Perses, la hija de Océano.

«Allí nos dejamos llevar silenciosamente por la nave a lo largo de la ribera hasta un puerto acogedor de naves y es que nos conducía un dios. Desembarcamos y nos echamos a dormir durante dos días y dos noches, consumiendo nuestro ánimo por motivo del cansancio y el dolor. Pero cuando Eos, de lindas trenzas, completó el tercer día, tomé ya mi lanza y aguda espada y, levantándome de junto a la nave, subí a un puesto de observación por si conseguía divisar labor de hombres y oír voces. Cuando hube subido a un puesto de observación, me detuve y ante mis ojos ascendía humo de la tierra de anchos caminos a través de unos encinares y espeso bosque, en el palacio de Circe. Asi que me puse a cavilar en mi interior si bajaría a indagar, pues había vistó humo enrojecido.



«Mientras así cavilaba me pareció lo mejor dirigirme primero a la rápida nave y a la ribera del mar para distribuir alimentos a mis compañeros, y enviarlos a que indagaran ellos. Y cuando ya estaba cerca de la curvada nave, algún dios se compadeció de mí -solo como estaba-, pues puso en mi camino un enorme ciervo de elevada cornamenta. Bajaba éste desde el pasto del bosque a beber al río, pues ya lo tenía agobiado la fuerza del sol. Así que en el momento en que salía lo alcancé en medio de la espalda, junto al espinazo. Atravesólo mi lanza de bronce de lado a lado y se desplomó sobre el polvo chillando y su vida se le escapó volando. Me puse sobre él, saqué de la herida la lanza de bronce y lo dejé tirado en el suelo. Entre tanto, corté mimbres y varillas y, trenzando una soga como de una braza, bien torneada por todas partes, até los pies del terrible monstruo. Me dirigí a la negra nave con el animal colgando de mi cuello y apoyado en mi lanza, pues no era posible llevarlo sobre el hombro con una sola mano y es que la bestia era descomunal. Arrojéla por fin junto a la nave y desperté a mis compañeros, dirigiéndome a cada uno en particular con dulces palabras:

«"Amigos, no descenderemos a la morada de Hades por muy afligidos que estemos , hasta que nos llegue el día señalado. Conque, vamos, mientras tenemos en la rápida nave comida y bebida, pensemos en comer y no nos dejemos consumir por el hambre."

«Así dije, y pronto se dejaron persuadir por mis palabras. Se quitaron de encima las ropas, junto a la ribera del estéril mar, y contemplaron con admiración al ciervo y es que la bestia era descomunal. Así que cuando se hartaron de verlo con sus ojos, lavaron sus manos y se prepararon espléndido festín.

«Así pasamos todo el día, hasta que se puso el sol, dándonos a comer abundante carne y delicioso vino. Y cuando se puso el sol y cayó la oscuridad nos echamos a dormir junto a la ribera del mar.

«Cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa los reuní en asamblea y les comuniqué mi palabra:

«"Escuchad mis palabras, compañeros, por muchas calamidades que hayáis soportado. Amigos, no sabemos dónde cae el Poniente ni dónde el Saliente, dónde. se oculta bajo la tierra Helios, que alumbra a los mortales, ni dónde se levanta. Conque tomemos pronto una resolución, si es que todavía es posible, que yo no lo creo. Al subir a un elevado puesto de observación he visto una isla a la que rodea, como corona, el ilimitado mar. Es isla de poca altura, y he podido ver con mis ojos, en su mismo centro, humo a través de unos encinares y espeso bosque."

«Así dije, y a mis compañeros se les quebró el corazón cuando recordaron las acciones de Antifates Lestrigón y la violencia del magnánimo Cíclope, el comedor de hombres. Lloraban a gritos y derramaban abundante llanto; pero nada conseguían con lamentarse. Entonces dividí en dos grupos a todos mis compañeros de buenas grebas y di un jefe a cada grupo. A unos los mandaba yo y a los otros el divino Euríloco. Enseguida agitamos unos guijarros en un casco de bronce y saltó el guijarro del magnánimo Euríloco. Conque se puso en camino y con él veintidós compañeros que lloraban, y nos dejaron atrás a nosotros gimiendo también.

«Encontraron en un valle la morada de Circe, edificada con piedras talladas, en lugar abierto. La rodeaban lobos montaraces y leones, a los que había hechizado dándoles brebajes maléficos, pero no atacaron a mis hombres, sino que se levantaron y jugueteaban alrededor moviendo sus largas colas. Como cuando un rey sale del banquete y le rodean sus perros moviendo la cola pues siempre lleva algo que calme sus impulsos , así los lobos de poderosas uñas y los leones rodearon a mis compañeros, moviendo la cola. Pero éstos se echaron a temblar cuando vieron las terribles bestias. Detuviéronse en el pórtico de la diosa de lindas trenzas y oyeron a Circe que cantaba dentro con hermosa voz, mientras se aplicaba a su enorme e inmortal telar ¡y qué suaves, agradables y brillantes son las labores de las diosas! Entonces comenzó a hablar Polites, caudillo de hombres, mi más preciado y valioso compañero:

«"Amigos, alguien no sé si diosa o mujer está dentro cantando algo hermoso mientras se aplica a su gran telar que todo el piso se estremece con el sonido . Conque hablémosle enseguida."

«Así dijo, y ellos comenzaron a llamar a voces. Salió la diosa enseguida, abrió las brillantes puertas y los invitó a entrar. Y todos la siguieron en su ignorancia, pero Euríloco se quedó allí barruntando que se trataba de una trampa. Los introdujo, los hizo sentar en sillas y sillones, y en su presencia mezcló queso, harina y rubia miel con vino de Pramnio. Y echó en esta pócima brebajes maléficos para que se olvidaran por completo de su tierra patria.

«Después que se lo hubo ofrecido y lo bebieron, golpeólos con su varita y los encerró en las pocilgas. Quedaron éstos con cabeza, voz, pelambre y figura de cerdos, pero su mente permaneció invariable, la misma de antes. Así quedaron encerrados mientras lloraban; y Circe les echó de comer bellotas, fabucos y el fruto del cornejo, todo lo que comen los cerdos que se acuestan en el suelo.

«Conque Euríloco volvió a la rápida, negra nave para informarme sobre los compañeros y su amarga suerte, pero no podía decir palabra con desearlo mucho , porque tenía átravesado el corazón por un gran dolor: sus ojos se llenaron de lágrimas y su ánimo barruntaba el llanto. Cuando por fin le interrogamos todos llenos de admiración, comenzó a contarnos la pérdida de los demás compañeros:

«"Atravesamos los encinares como ordenaste, ilustre Odiseo, y encontramos en un valle una hermosa mansión edificada con piedras talladas, en lugar abierto. Allí cantaba una diosa o mujer mientras se aplicaba a su enorme telar; los compañeros comenzaron a llamar a voces; salió ella, abrió las brillantes puertas y nos invitó a entrar. Y todos la siguieron en su ignorancia, pero yo no me quedé por barruntar que se trataba de una trampa. Así que desaparecieron todos juntos y no volvió a aparecer ninguno de ellos, y eso que los esperé largo tiempo sentado."

«Así habló; entonces me eché al hombro la espada de clavos de plata, grande, de bronce, y el arco en bandolera, y le ordené que me condujera por el mismo camino, pero él se abrazó a mis rodillas y me suplicaba, y, lamentándose, me dirigía aladas palabras:

« "No me lleves allí a la fuerza, Odiseo de linaje divino; déjame aquí, pues sé que ni volverás tú ni traerás a ninguno de tus compañeros. Huyamos rápidamente con éstos, pues quizá podamos todavía evitar el día funesto".

«Así habló, pero yo to contesté diciendo:

«"Euríloco, quédate tú aquí comiendo y bebiendo junto a la negra nave, que yo me voy. Me ha venido una necesidad imperiosa."



«Así diciendo, me alejé de la nave y del mar. Y cuando en mi marcha por el valle iba ya a llegar a la mansión de Circe, la de muchos brebajes, me salió al encuentro Hermes, el de la varita de oro, semejante a un adolescente, con el bozo apuntándole ya y radiante de juventud. Me tomó de la mano y, llamándome por mi nombre, dijo:

«"Desdichado, ¿cómo es que marchas solo por estas lomas, desconocedor como eres del terreno? Tus compañeros están encerrados en casa de Circe, como cerdos, ocupando bien construidas pocilgas. ¿Es que vienes a rescatarlos? No creo que regreses ni siquiera tú mismo, sino que te quedarás donde los demás. Así que, vamos, te voy a librar del mal y a salvarte. Mira, toma este brebaje benéfico, cuyo poder te protegerá del día funesto, y marcha a casa de Circe. Te voy a manifestar todos los malvados propósitos de Circe: te preparará una poción y echará en la comida brebajes, pero no podrá hechizarte, ya que no lo permitirá este brebaje benéfico que te voy a dar. Te aconsejaré con detalle: cuando Circe trate de conducirte con su larga varita, saca de junto a tu muslo la aguda espada y lánzate contra ella como queriendo matarla. Entonces te invitará, por miedo, a acostarte con ella. No réchaces por un momento el lecho de la diosa, a fin de que suelte a tus compañeros y te acoja bien a ti. Pero debes ordenarla que jure con el gran juramento de los dioses felices que no va a meditar contra ti maldad alguna ni te va a hacer cobarde y poco hombre cuando te hayas desnudado".

«Así diciendo, me entregó el Argifonte una planta que había arrancado de la tierra y me mostró su propiedades: de raíz era negra, pero su flor se asemejaba a la leche. Los dioses la llaman moly, y es difícil a los hombres mortales extraerla del suelo, pero los dioses lo pueden todo.



«Luego marchó Hermes al lejano Olimpo a través de la isla boscosa y yo me dirigí a la mansión de Circe. Y mientras marchaba, mi corazón revolvía muchos pensamientos. Me detuve ante las puertas de la diosa de lindas trenzas, me puse a gritar y la diosa oyó mi voz. Salió ésta, abrió las brillantes puertas y me invitó a entrar. Entonces yo la seguí con el corazón acongojado. Me introdujo e hizo sentar en un sillón de clavos de plata, hermoso, bien trabajado, y bajo mis pies había un escabel. Preparóme una pócima en copa de oro, para que la bebiera, y echó en ella un brebaje, planeando maldades en su corazón.

«Conque cuando me lo hubo ofrecido y lo bebí aunque no me había hechizado , tocóme con su varita y, llamándome por mi nombre, dijo:

«"Marcha ahora a la pocilga, a tumbarte en compañía de tus amigos."

«Así dijo, pero yo, sacando mi aguda espada de junto al muslo, me lancé sobre Circe, como deseando matarla. Ella dió un fuerte grito y corriendo se abrazó a mis rodillas y, lamentándose, me dirigió aladas palabras:

«"¿Quién y de dónde eres? ¿Dónde tienes tu ciudad y tus padres? Estoy sobrecogida de admiración, porque no has quedado hechizado a pesar de haber bebido estos brebajes. Nadie, ningún otro hombre ha podido soportarlos una vez que los ha hebido y han pasado el cerco de sus dientes. Pero tú tienes en el pecho un corazón imposible de hechizar. Así que seguro que eres el asendereado Odiseo, de quien me dijo el de la varita de oro, el Argifonte que vendría al volver de Troya en su rápida, negra nave. Conque, vamos, vuelve tu espada a la vaina y subamos los dos a mi cama, para que nos entreguemos mutuamente unidos en amor y lecho."

«Así dijo, pero yo me dirigí a ella y le contesté:

«"Circe, ¿cómo quieres que sea amoroso contigo? A mis compañeros los has convertido en cerdos en tu palacio, y a mí me retienes aquí y, con intenciones perversas, me invitas a subir a tu aposento y a tu cama para hacerme cobarde y poco hombre cuando esté desnudo. No desearía ascender a tu cama si no aceptaras al menos, diosa, jurarme con gran juramento que no vas a meditar contra mí maldad alguna."

«Así dije, y ella al punto juró como yo le había dicho. Conque, una vez que había jurado y terminado su promesa, subí a la hermosa cama de Circe.

«Entre tanto, cuatro siervas faenaban en el palacio, las que tiene como asistentas en su morada. Son de las que han nacido de fuentes, de bosques y de los sagrados ríos que fluyen al mar. Una colocaba sobre los sillones cobertores hermosos y alfombras debajo; otra extendía mesas de plata ante los sillones, y sobre ellas colocaba canastillas de oro; la tercera mezclaba delicioso vino en una crátera de plata y distribuía copas de oro, y la cuarta traía agua y encendía abundante fuego bajo un gran trípode y así se calentaba el agua. Cuando el agua comenzó a hervir en el brillante bronce, me sentó en la bañera y me lavaba con el agua del gran trípode, vertiendola agradable sobre mi cabeza y hombros, a fin de quitar de mis miembros el cansancio que come el vigor. Cuando me hubo lavado, ungido con aceite y vestido hermosa túnica y manto, me condujo e hizo sentar sobre un sillón de clavos de plata, hermoso, bien trabajado y bajo mis pies había un escabel. Una sierva derramó sobre fuente de plata el aguamanos que llevaba en hermosa jarra de oro, para que me lavara, y al lado extendió una mesa pulimentada. La venerable ama de llaves puso comida sobre ella y añadió abundantes piezas escogidas, favoreciéndome entre los presentes. Y me invitaba a que comiera, pero esto no placía a mi ánimo y estaba sentado con el pensamiento en otra parte, pues mi ánimo presentía la desgracia. Cuando Circe me vio sentado sin echar mano a la comida y con fuerte pesar, colocóse a mi lado y me dirigió aladas palabras:



«"¿Por qué, Odiseo, permaneces sentado como un mudo consumiendo tu ánimo y no tocas siquiera la comida y la bebida? Seguro que andas barruntando alguna otra desgracia, pero no tienes nada que temer, pues ya te he jurado un poderoso juramento."

«Así habló, y entonces le contesté diciendo:

«"Circe, ¿qué hombre como es debido probaría comida o bebida antes de que sus compañeros quedaran libres y él los viera con sus ojos? Conque, si me invitas con buena voluntad a beber y comer, suelta a mis fieles compañeros para que pueda verlos con mis ojos."

«Así dije; Circe atravesó el mégaron con su varita en las manos, abrió las puertas de las pocilgas y sacó de allí a los que parecían cerdos de nueve años. Después se colocaron enfrente, y Circe, pasando entre ellos, untaba a cada uno con otro brebaje. Se les cayó la pelambre que había producido el maléfico brebaje que les diera la soberana Circe y se convirtieron de nuevo en hombres aún más jóvenes que antes y más bellos y robustos de aspecto. Y me reconocieron y cada uno me tomaba de la mano. A todos les entró un llanto conmovedor -toda la casa resonaba que daba pena , y hasta la misma diosa se compadeció de ellos. Así que se vino a mi lado y me dijo la divina entre las diosas:

«"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, marcha ya a tu rápida nave junto a la ribera del mar. Antes que nada, arrastrad la nave hacia tierra, llevad vuestras posesiones y armas todas a una gruta y vuelve aquí después con tus fieles compañeros."

«Así dijo, mi valeroso ánimo se dejó persuadir y me puse en camino hacia la rápida nave junto a la ribera del mar. Conque encontré junto a la rápida nave a mis fieles compañeros que lloraban lamentablemente derramando abundante llanto. Como las terneras que viven en el campo salen todas al encuentro y retozan en torno a las vacas del rebaño que vuelven al establo después de hartarse de pastar (pues ni los cercados pueden ya retenerlas y, mugiendo sin cesar corretean en torno a sus madres), así me rodearon aquéllos, llorando cuando me vieron con sus ojos. Su ánimo se imaginaba que era como si hubieran vuelto a su patria y a la misma ciudad de Itaca, donde se habían criado y nacido. Y, lamentándose, me decían aladas palabras:

«"Con tu vuelta, hijo de los dioses, nos hemos alegrado lo mismo que si hubiéramos llegado a nuestra patria Itaca. Vamos, cuéntanos la pérdida de los demás compañeros."

«Así dijeron, y yo les hablé con suaves palabras:

«"Antes que nada, empujaremos la rápida nave a tierra y llevaremos hasta una gruta nuestras posesiones y armas todas. Luego, apresuraos a seguirme todos, para que veáis a vuestros compañeros comer y beber en casa de Circe, pues tienen comida sin cuento."

«Así dije, y enseguida obedecieron mis ordenes. Sólo Euríloco trataba de retenerme a todos los compañeros y, hablándoles, decía aladas palabras:

«"Desgraciados, ¿a dónde vamos a ir? ¿Por qué deseáis vuestro daño bajando a casa de Circe, que os convertirá a todos en cerdos, lobos o leones para que custodiéis por la fuerza su gran morada, como ya hizo el Cíclope cuando nuestros compañeros llegaron a su establo y con ellos el audaz Odiseo? También aquéllos perecieron por la insensatez de éste."

«Así habló; entonces dudé si sacar la larga espada de junto a mi robusto muslo y, cortándole la cabeza, arrojarla contra el suelo, aunque era pariente mío cercano. Pero mis compañeros me lo impidieron, cada uno de un lado, con suaves palabras:

«"Hijo de los dioses, dejaremos aquí a éste, si tú así lo ordenas, para que se quede junto a la nave y la custodie. Y a nosotros llévanos a la sagrada mansión de Circe."

«Así diciendo, se alejaron de la nave y del mar. Pero Euríloco no se quedó atrás, junto a la cóncava nave, sino que nos siguió, pues temía mis terribles amenazas.

«Entre tanto, Circe lavó gentilmente a mis otros compañeros que estaban en su morada, los ungió con brillante aceite y los vistió con túnicas y mantos. Y los encontramos cuando se estaban banqueteando en el palacio. Cuando se vieron unos a otros y se contaron todo, rompieron a llorar entre lamentos, y la casa toda resonaba. Así que la divina entre las diosas se vino a mi lado y dijo:

«"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, no excitéis más el abundance llanto, pues también yo conozco los trabajos que habéis sufrido en el ponto lleno de peces y los daños que os han causado en tierra firme hombres enemigos. Conque, vamos, comed vuestra comida y bebed vuestro vino hasta que recobréis las fuerzas que teníais el día que abandonasteis la tierra patria de la escarpada Itaca; que ahora estáis agotádos y sin fuerzas; con el duro vagar siempre en vuestras mientes. Y vuestro ánimo no se llena de pensamientos alegres, pues ya habéis sufrido mucho."

«Así dijo, y nuestro valeroso ánimo se dejó persuadir. Allí nos quedamos un año entero día tras dia , dándonos a comer carne en abundancia y delicioso vino. Pero cuando se cumplió el año y volvieron las estaciones con el transcurrir de los meses ya habían pasado largos días , me llamaron mis fieles compañeros y me dijeron:

«"Amigo, piensa ya en la tierra patria, si es que tu destino es que te salves y llegues a tu bien edificada morada y a tu tierra patria."

«Así dijeron, y mi valeroso ánimo se dejó persuadir. Estuvimos todo un día, hasta la puesta del sol, comiendo carne en abundancia y delicioso vino. Y cuando se puso el sol y cayó la oscuridad, mis compañeros se acostaron en el sombrío palacio. Pero yo subí a la hermosa cama de Circe y, abrazándome a sus rodillas, la supliqué, y la diosa escuchó mi voz. Y hablándole, decía aladas palabras:

«"Circe, cúmpleme la promesa que me hiciste de enviarme a casa, que mi ánimo ya está impaciente y el de mis compañeros, quienes, cuando tú estás lejos, me consumen el corazón llorando a mi alrededor."

«Así dije, y al punto contestó la divina entre las diosas:

«"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, no permanezcáis más tiempo en mi palacio contra vuestra voluntad. Pero antes tienes que llevar a cabo otro viaje; tienes que llegarte a la mansión de Hades y la terrible Perséfone para pedir oráculo al alma del tebano Tiresias, el adivino ciego, cuya mente todavía está inalterada. Pues sólo a éste, incluso muerto, ha concedido Perséfone tener conciencia; que los demás revolotean como sombras."

«Así dijo, y a mí se me quebró el corazón. Rompí a llorar sobre el lecho, y mi corazón ya no quería vivir ni volver a contemplar la luz del sol.

«Cuando me había hartado de llorar y de agitarme, le dije, contestándole:

«"Circe, ¿y quién iba a conducirme en este viaje? Porque a la mansión de Hades nunca ha llegado nadie en negra nave."

«Así dije, y al punto me contestó la divina entre las diosas:

«"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, no sientas necesidad de guía en tu nave. Coloca el mástil, extiende las blancas velas y siéntate. El soplo de Bóreas la llevará, y cuando hayas atravesado el Océano y llegues a las planas riberas y al bosque de Perséfone esbeltos álamos negros y estériles cañaverales, amarra la nave allí mismo, sobre el Océano de profundas corrientes, y dirígete a la espaciosa morada de Hades. Hay un lugar donde desembocan en el Aqueronte el Piriflegetón y el Kotyto, difluente de la laguna Estigia, y una roca en la confluencia de los dos sonoros ríos. Acércate allí, héroe así te lo aconsejo , y, cavando un hoyo como de un codo por cada lado, haz una libación en honor de todos los muertos, primero con leche y miel, luego con delicioso vino y en tercer lugar, con agua. Y esparce por encima blanca harina. Suplica insistentemente a las inertes cabezas de los muertos y promete que, cuando vuelvas a Itaca, sacrificarás una vaca que no haya parido, la mejor, y llenarás una pira de obsequios y que, aparte de esto, sólo a Tiresias le sacrificarás una oveja negra por completo, la que sobresalga entre vuestro rebaño. Cuando hayas suplicado a la famosa rata de los difuntos, sacrifica allí mismo un carnero y una borrega negra, de cara hacia el Erebo; y vuélvete para dirigirte a las corrientes del río, donde se acercarán muchas almas de difuntos. Entonces ordena a tus compañeros que desuellen las víctimas que yacen en tierra atravesadas por el agudo bronce, que las quemen después de desollarlas y que supliquen a los dioses, al tremendo Hades y a la terrible Perséfone. Y tú saca de junto al muslo la aguda espada y siéntate sin permitir que las inertes cabezas de los muertos se acerquen a la sangre antes de que hayas preguntado a Tiresias. Entonces llegará el adivino, caudillo de hombres, que te señalará el viaje, la longitud del camino y el regreso, para que marches sobre el ponto lleno de peces."

domingo, 19 de abril de 2015

USO DE LOS SIGNOS DE PUNTUACIÓN GRADO 11


Ejercicio: Coloca el punto y coma (;) en donde corresponda.

Texto N°1:
El niño, que detesta la escuela el joven, que maldice los estudios graves el Gobierno, que los proscribe de sus cátedras y hasta los persigue en ocasiones el profesor, que repite año tras año la misma cantilena, suspirando con el alumno por la hora dichosa de las vacaciones que ha de emanciparlos a entrambos, son, después de la atonía del espíritu nacional, el más elocuente testimonio contra un orden de cosas que sólo por excepción deja de inspirar tedio. Con ser tan miserables los recursos materiales consagrados a su subsistencia, quizá todavía exceden al beneficio que produce.

Extraído de "Instrucción y educación", de Francisco Giner de los Ríos, 1879.

Texto N°2:
Tengo un sobrino, y vamos adelante, que esto nada tiene de particular. Este tal sobrino es un mancebo que ha recibido una educación de las más escogidas que en este nuestro siglo se suelen dar es decir esto que sabe leer, aunque no en todos los libros, y escribir, si bien no cosas dignas de ser leídas contar no es cosa mayor, porque descuida el cuento de sus cuentas en sus acreedores, que mejor que él se las saben llevar baila como discípulo de Veluci canta lo que basta para hacerse de rogar y no estar nunca en voz monta a caballo como un centauro, y da gozo ver con qué soltura y desembarazo atropella por esas calles de Madrid a sus amigos y conocidos de ciencias y artes ignora lo suficiente para poder hablar de todo con maestría.

Extraído de "Empeños y desempeños (artículo parecido a otros)", de Mariano José de Larra.

Texto N°3:
No era un hombre perverso, no era capaz de maldad declarada, ni de bien era un compuesto insípido de debilidad y disipación, corrompido más por contacto que por malicia propia uno de tantos un individuo que difícilmente podría diferenciarse de otro de su misma jerarquía, porque la falta de caracteres, salvas notabilísimas excepciones, ha hecho de ciertas clases altas, como de las bajas, una colectividad que no podrá calificarse bien hasta que los progresos del neologismo no permitan decir las masas aristocráticas.

Extraído de "La familia de León Roch", de Benito Pérez Galdós. WIkisource.

Texto N°4:
El rico tenía más pellas que un cebón, por lo que la gente del barrio le llamaba D. Juan Botija: hablaba recio, como la campana gorda [14] de la iglesia pisaba fuerte, como el que pisa en lo suyo rara vez se descubría, y, sin embargo, todos los sombreros se inclinaban a su paso fumaba puros, y vivía en una casa propia, con cancela y fuente en el patio.

Extraído de "Cuentos para niños", de Luis Coloma. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Texto N°5:
Si, confiado en la superioridad de su genio, no supo unir la adulación a las dotes de su talento si, mirando desdeñosamente los intereses materiales, no acertó a mendigar un favor del poderoso favor menguado, que apartándole de sus nobles ocupaciones, le convierte en lisonjeador de oficio o en mecánico oficinista, todo su saber, por grande que sea, bastará tal vez a conquistarle un lugar distinguido en las crónicas literarias acaso la posteridad encomiará su genio, acaso levantará estatuas a su memoria pero en tanto su vida se consumirá angustiosa en medio de tristes privaciones y aquel hondo despecho que produce en el alma un desdén injusto, abreviará sus días, y muy luego le conducirá al ignorado sepulcro, que en vano buscarán sus futuros admiradores.

Extraído de "Costumbres literarias", 1837, de Ramón de Mesonero Romanos.

Texto N°6:
Salieron de la habitación de la vieja bajaron la escalera y al llegar a la calle se encontraron con mucha gente atraída por el alboroto. Echaron a andar, el municipal y Luisito delante y detrás muchos hombres, mujeres y niños, cuyo número iba a cada paso en aumento. Llegaron a la casa y Luisito entró cabizbajo y cuando estuvo en presencia de su madre, que se hallaba muy inquieta, echose a sus pies y llorando le pidió perdón.
Ejercicio: Coloca la coma (,) en donde corresponda.

Texto N°1:
Entonces la salió un novio el hijo del médico Gandea muchacho guapo algo perdido. Amoríos vehementes una novela en acción. Según parece el muchacho quería llevar la novela a su último capítulo y ella se defendía defensa que tiene mucho mérito porque repito y los hechos lo han demostrado que se encontraba absolutamente bajo el imperio de la más férvida ilusión amorosa. Una de las señales que caracterizan el poderío de esta ilusión es el efecto extraordinario absolutamente fuera de toda relación con su causa que produce una palabra o una frase del ser querido.

Extraído de "Aire", de Emilia Pardo Bazán. Wikisource.

Texto N°2:
Ordinariamente la cajiga (roble) es el personaje bravío de la selva montañesa indómito y desaliñado. Nace donde menos se le espera: entre zarzales en la grieta de un peñasco a la orilla del río en la sierra calva en la loma del cerro en el fondo de la cañada... en cualquier parte.

Extraído de “El sabor de la tierruca”, de José María de Pereda. Wikisource.

Texto N°3:
Yo iba mirando a los cerrados balcones saludando con la imaginación a todos aquellos seres desconocidos que dejaba detrás de mí y que suponía entregados al sueño o bien pensaba en que seguirían viviendo allí rutinariamente más o menos años sin noticia alguna de que yo había pasado una mañana por delante de sus viviendas hasta que la muerte los obligase a viajar también a ellos de quienes al cabo de cierto tiempo tampoco tendrían noticia o memoria los nuevos habitadores de sus hogares...

Extraído de “Los seis velos”, de Pedro Antonio de Alarcón. Wikisource.

Texto N°4:
Estaban en medio de la campiña. No había por allí olivares ni huertas ni árbol que diese sombra sino terrenos sin roturar donde las plantas que más descollaban eran el romero y el tomillo entonces en flor y que exhalaban olor muy grato o bien extensas hojas de cortijo sembradas unas otras en barbecho o en rastrojo. Lo sembrado verdeaba alegremente porque aquel año había llovido bien y los trigos estaban crecidos y lozanos. El suelo formado de suaves lomas hacía ondulaciones y como no había árboles la vista se dilataba por grande extensión sin que nada le estorbase. Aquello parecía un desierto. No se descubría casa ni choza ni rastro de albergue humano por cuanto abarcaba la vista.

Extraído de “Para no perder el respeto”, de Juan Valera.. Wikisource.

Texto N°5:
La imitación servil del modelo consagrado la sujeción al canon oficial el principio de autoridad en el arte la fórmula tradicional el precepto empírico e inmutable son trabas tan aborrecibles para la nueva escuela como lo fueron para las batalladoras huestes del romanticismo; el arte académico oficial erudito y artificioso que ahoga la personalidad del artista mata la inspiración y la originalidad e impide el progreso del gusto objeto es de sus encarnizados ataques; pero el principio a nombre del cual se levanta en armas nada tiene de común con el que alentaba a los románticos.

Extraído de “El naturalismo en el arte”, de Manuel de la Revilla y Moreno.

Texto N°6:
¿Convenía o no la carretera? Por de pronto era una novedad y ya tenía ese inconveniente. Manín de Chinta además sentía abandonar la antigua calleja el camín rial un camino real que nunca había llegado a cuarto siquiera; porque pese a todas las sextaferias que habían abrumado de trabajo a los de la parroquia en ochavo se había quedado siempre aquella vía estrecha ardua monte arriba con abismos por baches y con peñascos charcos y pantanos por el medio.

Extraído de “La trampa”, de Leopoldo Alas Clarín. Wikisource.

Texto N°7:
La vela y centinela de la venta la burla de la pundonorosa Maritornes la disputa del yelmo y la albarda la refriega con los cuadrilleros el reconocimiento de don Fernando y Cardenio la aclaración de la intriga y su desenlace y la jaula por fin en que restituyen los enmascarados a su lugar al encantado caballero llenan todo el acto tercero; en la conclusión del cual ha tenido el autor la felicísima idea de herir la cuerda del orgullo nacional que ha resonado inmediatamente como era de esperar. El retrato del inmortal autor del Quijote se manifestó entre nubes a nuestra vista asombrada y ésta ha sido la primera vez que se ha creído al talento en nuestra patria digno de una especie de apoteosis.

Extraído de “Don Quijote de la Mancha en Sierra Morena”, de Mariano José de Larra.
EJERCICIO
1. Añada el punto seguido donde corresponda:
a) Muchos amigos se habían reunido se tenía que discutir la mejor forma para organizar la fiesta la reunión duró cerca de tres horas si bien no llegamos a algo completamente definido, pudimos delegar algunas tareas en la próxima reunión conversaremos sobre los avances que se han hecho.
b) El mejor trato que puedas recibir parte de tu propia forma de comportarte frente a los demás es ingenuo pensar sólo en uno mismo y esperar una buena respuesta de los otros cuando no se es medianamente atento a las necesidades ajenas pronto te darás cuenta de eso.
c) Aquiles, el célebre héroe griego, fue conocido por su furor en la batalla, el rencor contra sus enemigos y su orgullo de guerrero sin embargo, en la actualidad, estos valores han perdido vigencia nuestra atención se inclina sobre Héctor, príncipe troyano que representaba el compromiso con la patria y la familia a pesar de no ser un guerrero tan poderoso como el primero, comparte con el hombre de hoy la necesidad de formar un hogar y el deseo de protegerlo a pesar de tener todo en su contra.