ESPECIALIZACIÓN INFORMÁTICA EDUCATIVA

sábado, 22 de enero de 2011

LA NOTICIA PERIODÍSTICA

Campaña mundial contra la comida chatarra será debatida en la ONU
MUNDOAsí lo anunció este sábado la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Sábado 22 Enero 2011

La Organización Mundial de la Salud anunció que los líderes mundiales debatirán una campaña para prevenir la comercialización de comida chatarra a los niños cuando se reúnan en Nueva York el 19 y 20 de septiembre.

Esa entidad de las Naciones Unidas dijo que los jefes de estado aprovecharán la reunión de la Asamblea General de la ONU para discutir la limitación en el número y tipo de avisos a los que están expuestos los niños.
La OMS dijo que 43 millones de niños preescolares en el mundo están excedidos de peso o padecen obesidad. Los expertos hablan de un "maremoto de grasa" que está causando millones de muertes prematuras cada año.

Bjorn-Inge Larsen, del Directorio de Salud de Noruega, dijo a la prensa el viernes que anticipa medidas voluntarias para limitar la publicidad sobre comida chatarra que a la larga puedan traducirse en leyes que prohíban la práctica, del mismo modo que ocurrió con el tabaco.

ARTICULO PERIODÍSTICO

PORTADA El asesinato de dos estudiantes bogotanos en San Bernardo del Viento pone trágicamente en evidencia el régimen de terror en el que viven varias zonas del país. SEMANA cuenta toda la historia.

Sábado 15 Enero 2011

Alrededor de la una de la tarde del lunes 10 de enero, dos planetas hicieron colisión en las afueras del pueblo cordobés de San Bernardo del Viento. Uno de ellos era una joven pareja de biólogos urbanos, jóvenes y enamorados, a punto de graduarse, que seguía la órbita desprevenida de su interés en los manatíes y los manglares, mientras regresaban en vestido de baño y camiseta después de pasar la mañana en la Playa de los Venados. Contra ellos se estrelló de golpe otro planeta, el del régimen de terror impuesto en esa y en tantas zonas rurales de Colombia por los asesinos que, con ocho disparos, acabaron en un instante con sus vidas y sus proyectos.

"Mateo es un testarudo que me quiere llevar a Montería a coger mañana el vuelo de las siete para volver a Bogotá, y yo le digo que me deje en Lorica y se devuelva a San Bernardo. Vamos ya de regreso, a recoger las maletas y seguir a Lorica, y te llamo. No te preocupes".

"La testaruda es Margarita, que no quiere que la lleve al aeropuerto".

Esta, interrumpida por el ruido de fondo del motor de un vehículo y con los dos muchachos hablando a la vez por el celular entrecortado, fue la última conversación que tuvo Consuelo Gómez con su hija Margarita -que debía volver al otro día a Bogotá- y su novio, Mateo Matamala, una hora antes de que uno o varios hombres del grupo Los Urabeños los asesinaran. El día anterior, a las seis de la tarde, la mamá de Mateo, Tatiana, había recibido la última noticia de su hijo: "Mamá, te mando un beso. Mañana nos movemos y te llamo", le contó ella a SEMANA con la voz quebrada, mientras repasaba por enésima vez con los ojos empañados el mensaje en su teléfono celular.

La siguiente noticia les llegó a las dos familias al final del lunes: desde el celular de Margarita, la voz impersonal de un funcionario del CTI había informado a Consuelo: "A su hija y al muchacho los ultimaron". Una llamada similar recibió una de las dos hermanas de Mateo, en Cartagena.

Margarita Gómez había cumplido 23 años el 9 de julio. Mateo Matamala debía cumplir 27 el 15 de agosto. Aunque se habían visto a menudo por varios años en la Facultad de Biología de la Universidad de los Andes, en Bogotá, estaban juntos apenas desde mediados del año pasado. Por lo que cuentan sus padres, fue una historia de amor fulminante y total, que los tenía viviendo la vida feliz y modesta de los estudiantes en un apartamentico de un amigo en la calle 18 con carrera quinta de la capital, al que se habían pasado en agosto. Los dos estaban terminando carrera. Margarita, que quería especializarse en Paleobotánica, había vuelto del Museo Paleontológico de la Patagonia, en Argentina, donde estuvo entre mayo y julio estudiando fósiles de coníferas; Mateo proyectaba pasar varios meses en San Bernardo del Viento, a cargo de María del Mar, una manatí de cuatro meses que vive en los esteros que el río Sinú derrama al Caribe en esa costa, como parte de su práctica de investigación, con la Fundación Omacha, de Lorica. Margarita había sustentado con éxito su tesis y, una vez completado el trabajo de investigación de Mateo, ambos esperaban graduarse en septiembre.

Meses antes, Mateo había llegado un día radiante a su casa: "Mamá, me aprobaron Córdoba". El viaje a ese departamento se había decidido casi al término del plazo que la Universidad de los Andes da a sus estudiantes para presentar su proyecto de grado. Mateo había descartado primero opciones fuera de Colombia, en la Patagonia, y dentro del país, en Malpelo y la Amazonia. Quienes lo conocían le recomendaron ir a hacerse cargo de un manatí en la región de San Bernardo del Viento. Lo que él y su familia sabían, como tantos colombianos que viven en las ciudades viendo apenas por televisión el infierno que es la vida cotidiana en ciertas zonas de Colombia, era que esa costa era un paraíso, con turistas, playas, manglares y pescadores. En cambio, Consuelo, la mamá de Margarita, sintió una corazonada y le pidió a Mateo que reconsiderara Malpelo.

Pero allá, a ese contradictorio paraíso, se fueron Mateo y Margarita enamorados, el 4 de enero.

Los hijos no deben morir antes que los padres. Cuando esto se dice es un lugar común; cuando pasa, una verdad fatídica. La descripción de la vida y muerte de sus hijos que hicieron a SEMANA José Carlos y Tatiana, en una oficina del norte de Bogotá, y Consuelo Gómez y Josefa, su madre y su abuela, en su apartamento del occidente de la capital, fue visiblemente una de las tareas más penosas de sus vidas: aceptar que su dolor privado fuese un asunto público.

Los dos estaban en esa fase de la vida en que la juventud quiere abrazar el mundo con toda su fuerza. Y el carácter de ambos no hacía sino exaltar esa actitud. Mateo -de ascendencia española y libanesa- viene de una familia grande, de 26 nietos, muy unida hace décadas, y con esa prosperidad ganada a pulso, propia de los inmigrantes. Margarita es nieta de una prima hermana de Pedro Gómez, pero las dos familias no han sido cercanas. Mateo, en rebeldía contra la élite a la que pertenecía, regañando a su padre cuando pagaba una cuenta cara en un restaurante, viajando en bicicleta de su casa a la universidad. Y Margarita, haciendo a pulso una carrera en la universidad más exclusiva del país, que su madre a duras penas conseguía pagar con un trabajo en Planeación Nacional y la ayuda del padre de su hija. Ambos se encontraron a mitad de camino, el año pasado, en la pasión mutua por "las matas, las lagartijas y los sapos", como dice la mamá de ella.

Alto, atlético, aventurero, temerario, empeñado en escalar montañas, acampar, caminar por días en el monte, hacer automovilismo en Bogotá o bungee-jumping en un viaje a África, tocar guitarra, tomar fotografías y dedicar su vida a la naturaleza, Mateo era un alumno destacado y una fuente de energía y curiosidad inagotables. Atravesó nadando la laguna de Guatavita, en un paseo, cuando tenía 11 años: "Sentí que me cosquilleaba todo el cuerpo y, abajo, todo era negro, negro", le dijo después a su madre horrorizada. "No pensaba, no era estratega. Actuaba con el corazón y era efervescente", dicen sus padres. Mientras estudiaba Ingeniería Ambiental en Los Andes, pasó por un periodo de crisis y vacilaciones, hasta que decidió cambiarse a Biología y arrancar de cero. Allí encontró su pasión y su equilibrio.

También de elevada estatura y una figura que emanaba carácter, Margarita era díscola desde pequeña. No paraba en casa y optaba por el 'parche' de amigos cada vez que podía. Desde chiquita se le vio la inclinación por los animales y las plantas -muchos años después, su tesis en la universidad fue sobre cipreses y fósiles de Villa de Leyva-. Su madre dice que creció hasta los seis años sin saber de su padre; este afirma que se enteró de que tenía una hija un par de años después de nacida, cuando aún era alcalde de Cucunubá. Tiene dos medios hermanos, Gabriel, de 10 años, y Juan Manuel, de 20. En décimo grado, a Margarita la expulsaron del colegio Siervas de San José y se pasó al Santo Ángel (a Mateo también lo sacaron del Colegio Helvetia, cuatro meses antes de terminar). Con el trabajo de su madre y la ayuda de su padre, hizo el colegio y luego entró a Biología en Los Andes; pasó 2007 en Cambridge, probando su inglés desde el puesto de mesera hasta el de encargada de un restaurante, y regresó a Bogotá a seguir la carrera. Según su madre, después de conocer a Mateo maduró más. "El orgullo de ver a Margarita en Los Andes, oírla hablar inglés perfecto, ver lo feliz que era, eso me hacía feliz", dice Consuelo.

Por la descripción de sus padres, ambos lucen como esos jóvenes que, preocupados por el país y el planeta, deciden viajar con una guitarra y una cámara y consagrarse al trabajo con la naturaleza y al contacto con la gente, sin aspiraciones de hacer dinero y lejos de cualquier ambición personalista. Les importaban el prójimo y la naturaleza. Mateo, por ejemplo, había "adoptado" a 'la Guajira', una indigente que vive con 11 perros arriba de la universidad, cuya foto él se llevó al viaje y ahora está en la cadena de custodia.

Por esas cosas de la vida, cuando se fueron a Córdoba, por primera vez sus madres, que siempre veían con aprehensión esos viajes, no sintieron miedo, ni siquiera Consuelo con sus reservas frente a Córdoba. Los veían tan felices y el viaje parecía tan fácil y los tenía tan entusiasmados...

Pocos días antes de llegar a Córdoba, el 27 de diciembre, Margarita y Mateo se fueron juntos a Santa Fe de Antioquia, donde la familia de ella se disponía a encontrar el año nuevo con juegos, comidas y comparsas. Margarita bailó jarabe tapatío y Mateo, disfrazado de español, desplegó sus dotes de bailarín de flamenco. El 2 de enero volvieron a Bogotá y, dos días después, el 4, se despidieron de sus familias y partieron rumbo a Montería. Ella planeaba pasar una semana con él, dejarlo instalado y regresar a Bogotá el día siguiente al que se encontraron con la muerte.

De lo que pasó una vez llegaron a San Bernardo solo quedan los indicios de sus llamadas diarias a sus padres. En la zona nadie vio nada, nadie oyó nada, nadie sabe nada. Como siempre. Como en tantos otros sitios de Colombia donde se impone la ley del silencio que emana de la punta del fusil. Para el coronel Héctor Pérez, comandante de Policía de Córdoba, es un silencio cómplice. Para la gente, la regla básica de supervivencia.

En San Bernardo, detrás de sus playas paradisíacas gravitaba el mundo de la violencia, y en una larga lista de municipios a lo largo de esa costa se vive en medio del terror y los enfrentamientos entre tres grupos armados surgidos luego de la desmovilización paramilitar. Los violentos amos y señores de esa tierra espléndida -Los Urabeños, comandados por un hombre apodado 'Gavilán'; Los Paisas y Los Rastrojos, que se han extendido nacionalmente desde el norte del Valle del Cauca- almacenan cocaína en los manglares y la sacan en lancha desde las playas, peleando ferozmente el control de cada caño, cada estero. Además de división natural, el río Sinú es una frontera invisible, acatada por la población con temor reverencial, entre Los Urabeños, que controlan la orilla izquierda, y Los Paisas, que ocupan la derecha, en el municipio de San Antero.

Desde fines de 2009 empezaron los asesinatos. en San Bernardo. En 2010 hubo 15, que la Policía atribuye a choques entre esos grupos, un homicidio común y los de un ex alcalde y un profesor. "Lo que está ocurriendo en la actualidad es mucho más grave que cuando la zona estaba bajo control de Mancuso y 'el Alemán', pues en esa época había una estructura armada con jerarquía y cadena de mando", dice el Alcalde de Vientos, como se conoce popularmente el pueblo de San Bernardo. Ahora cualquiera da órdenes, andan sin uniformes, no tienen campamentos y se están matando entre ellos. Jóvenes sin empleo son reclutados en los billares; hay una vigilancia férrea sobre la gente local, lo que ha impuesto una desconfianza de todos sobre todos y sobre los que llegan de fuera. Y todos saben que al que hable lo espera un cajón.

"Mateo ingenuamente se metió en la boca del lobo", sentencia, lúgubre, su madre. Es difícil imaginar mejor descripción del paraíso al que llegaron los dos jóvenes.

En unas cabañas en las playas del Viento, los dos jóvenes montaron su carpa. El 4 de enero, contaron a sus padres que habían encontrado cabaña y comida por 25.000 pesos diarios. El 7, Margarita llamó a su mamá y le dijo que la pasaban tirados en la playa y caminando. "Nos amamos todo el tiempo", le contó. El 8, dijeron que estaban almorzando y la llamada se cortó. Y el 10, hacia mediodía, hicieron la última llamada, y contaron que volvían de la Playa de los Venados, a buscar las maletas e irse a Montería para el vuelo que Margarita nunca tomaría al día siguiente. Una hora después, un ruido de disparos fue escuchado por los pescadores de ese corregimiento. A las cinco de la tarde, las autoridades llegaron de Lorica a hacer el levantamiento. Al día siguiente, José Carlos, el papá de Mateo, llegó por el cuerpo de su hijo y la mamá y dos tíos fueron por el de Margarita. La Policía está convencida de que fueron Los Urabeños.

¿Por qué los mataron? La respuesta fácil es que estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. O que, por andar grabando pájaros y fotografiando manatíes, los confundieron con espías: de la Policía, del Ejército, de la guerrilla, del bando criminal enemigo… El problema es que todo el que viva o pase por esas zonas de Córdoba también está en el lugar equivocado en el momento equivocado. Mateo y Margarita iban en vestido de baño, con una pinta indeclinable de mochileros cachacos que no confunde ni al más despistado de los sicarios. Cámara y computador quedaron junto a ellos. Como dijo a SEMANA uno de los investigadores: los asesinos "querían enviar el mensaje de que tienen el control de la zona, donde no permiten ni curiosos".

Ese es el problema. En San Bernardo, en buena parte de esa costa y en muchas otras regiones hay grupos con el poder y las armas -y la tranquilidad, pues no hay Estado que los estorbe- para "no permitir curiosos". Cooptan o atemorizan. Compran autoridades. Han vuelto a las masacres, de las que hubo diez en ese departamento solo el año pasado. Terror para los locales; plomo para los de fuera. La muerte de Mateo Matamala y Margarita Gómez no es la primera y no será la última en Córdoba (ver articulo). Pese a los anuncios oficiales de reducción de la criminalidad y a la percepción de que Colombia dejó atrás la guerra, producto de los esfuerzos de seguridad -y de comunicaciones- de la administración Uribe, esta es tan solo una de las regiones del país asolada por una violencia que recuerda los peores momentos de enfrentamiento entre guerrilleros y paramilitares.

El gobierno se apresuró a convocar un consejo de seguridad en San Bernardo, al que asistieron altos funcionarios de la Fiscalía y la Policía, y a anunciar el envío de 700 efectivos. Algo tarde para los dos jóvenes y para los 575 asesinados en Córdoba el año pasado. Habrá que ver cuánto dura la presencia policial en San Bernardo y si se extiende al resto de Córdoba.

Como dijo la gobernadora, Marta Sáenz Correa, es trágico que solo la muerte de dos estudiantes de Bogotá lleve a las autoridades y al país urbano a pellizcarse. ¿Dónde estaban los medios, se preguntó, cuando mataron a 575 personas en Córdoba el año pasado? Es triste que los medios de comunicación -esta edición de SEMANA incluida- solo pongan nombre y rostro a los muertos cuando estos son destacados (o del interior, como dijo la Gobernadora). Además, ¿cuántos homicidios en Colombia ameritan una recompensa de 500 millones para dar con los autores, como ha ofrecido el gobierno en este caso?

El vil asesinato de Mateo y Margarita pone de presente dos cosas. Que esta guerra degradada de narcos, ex paramilitares, guerrilleros, bandidos, pueblos aterrorizados e inocentes asesinados o amedrentados aún no ha terminado. Una verdad de a puño en media Colombia, cuyo clamor apenas si se escucha en la otra media. Por otra parte, como dijo al final de la entrevista que dio a SEMANA la madre de Mateo, ambas muertes y las de tantos colombianos anónimos que no salen en los periódicos ni en la televisión dejan una pregunta: "¿Quién es más culpable: los que disparan o los que dejan disparar?". Los dos estudiantes y muchos otros fueron asesinados porque la seguridad en la zona está en manos de personajes con el nombre de 'Gavilán' y no en las de un Estado aún lejos de un control efectivo del territorio.

Allá, en el paraíso, colisionaron dos planetas. El del país urbano, que cree que el conflicto y la guerra quedaron atrás, y el planeta bárbaro, en el que viven cientos de miles de colombianos entre el miedo, el silencio y la muerte. Que no son dos planetas sino uno solo: el de esta tremenda Colombia, donde vivir y morir sigue siendo, para demasiada gente, un cara y sello. Mateo y Margarita apostaron toda su vida a cara, y, por una vez, les salió sello.

lunes, 17 de enero de 2011

LA VANGUARDIA LATINOAMERICANA

A continuación se copia uno de los cuentos de Jorge Luis Borges,reconocido escritor argentino que a principios del siglo XX renovó la literatura latinoamericana. Borges fue un maestro en el manejo de la palabra, ademas de un estudioso e investigador acérrimo. Su arte por excelencia fue el cuento, en la poesía logra plasmar lo que el alma siente; buscó los temas universales, las paradojas eternas, los problemas filosóficos.

La Intrusa es un cuento que muestra una estampa del hombre campesino y rudo de principios de siglo, pero también en la encrucijada que envuelve a los personajes se puede reconocer al hombre débil ante el ardor del corazón. Espero que lo disfruten.

La intrusa
[Cuento. Texto completo]
Jorge Luis Borges
Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristián, el mayor, que falleció de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de Morón. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove, por quien la supe. Años después, volvieron a contármela en Turdera, donde había acontecido. La segunda versión, algo más prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las pequeñas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos. Lo haré con probidad, pero ya preveo que cederé a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor.
En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en las últimas páginas entrevió nombres y fechas manuscritas. Era el único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen, perdida como todo se perderá. El caserón, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zaguán se divisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo demás, entraron ahí; los Nilsen defendían su soledad. En las habitaciones desmanteladas dormían en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hojas corta, el atuendo rumboso de los sábados y el alcohol pendenciero. Sé que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oirían hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio los temía a los Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la policía. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte, lo cual, según los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus deudos nada se sabe y ni de dónde vinieron. Eran dueños de una carreta y una yunta de bueyes.
Físicamente diferían del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Malquistarse con uno era contar con dos enemigos.
Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristián llevó a vivir con él a Juliana Burgos. Es verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la colmó de horrendas baratijas y que la lucía en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados; bastaba que alguien la mirara, para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.
Eduardo los acompañaba al principio. Después emprendió un viaje a Arrecifes por no sé qué negocio; a su vuelta llevó a la casa una muchacha, que había levantado por el camino, y a los pocos días la echó. Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristián. El barrio, que tal vez lo supo antes que él, previó con alevosa alegría la rivalidad latente de los hermanos.
Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristián atado al palenque En el patio, el mayor estaba esperándolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y venía con el mate en la mano. Cristián le dijo a Eduardo:
-Yo me voy a una farra en lo de Farías. Ahí la tenés a la Juliana; si la querés, usala.
El tono era entre mandón y cordial. Eduardo se quedó un tiempo mirándolo; no sabía qué hacer. Cristián se levantó, se despidió de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó a caballo y se fue al trote, sin apuro.
Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabrá los pormenores de esa sórdida unión, que ultrajaba las decencias del arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no podía durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban razones para no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros, pero lo que discutían era otra cosa. Cristián solía alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celándose. En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, más allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algún modo, los humillaba.
Una tarde, en la plaza de Lomas, Eduardo se cruzó con Juan Iberra, que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injurió. Nadie, delante de él, iba a hacer burla de Cristián.
La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto.
Un día, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que no apareciera por ahí, porque tenían que hablar. Ella esperaba un diálogo largo y se acostó a dormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que tenía, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le había dejado su madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Había llovido; los caminos estaban muy pesados y serían las once de la noche cuando llegaron a Morón. Ahí la vendieron a la patrona del prostíbulo. El trato ya estaba hecho; Cristián cobró la suma y la dividió después con el otro.
En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la mañana (que también era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de año el menor dijo que tenía que hacer en la Capital. Cristián se fue a Morón; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo de Eduardo. Entró; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristián le dijo:
-De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano.
Habló con la patrona, sacó unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana iba con Cristián; Eduardo espoleó al overo para no verlos.
Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solución había fracasado; los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa. Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande -¡quién sabe qué rigores y qué peligros habían compartido!- y prefirieron desahogar su exasperación con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que habían traído la discordia.
El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volvía del almacén, vio que Cristián uncía los bueyes. Cristián le dijo:
-Vení, tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los cargué; aprovechemos la fresca.
El comercio del Pardo quedaba, creo, más al Sur; tomaron por el Camino de las Tropas; después, por un desvío. El campo iba agrandándose con la noche.
Orillaron un pajonal; Cristián tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro:
-A trabajar, hermano. Después nos ayudarán los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con su pilchas, ya no hará más perjuicios.
Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro círculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.
FIN