ESPECIALIZACIÓN INFORMÁTICA EDUCATIVA

domingo, 29 de mayo de 2011

CRÓNICA ROJA O DE SUCESOS 9

la crónica roja en bogotá
william ramírez tobón

antecedentes del género

La Crónica Roja es, pese a su aparente concreción como género periodístico, un asunto polémico y ambivalente. El término, que en el mismo español tiene dos variantes -Crónica Roja y Sucesos- si bien alcanza en algunos idiomas nociones más o menos equivalentes (cronaca en italiano, chronicle en inglés, Tagesneuigkeiten en alemán) en otros como el ruso (proischetsvie) y el francés (faits divers) resulta difícilmente traducible sin recurrir a una dispendiosa perífrasis.

Ha sido la cultura francesa la que con su habitual refinamiento conceptual ha logrado darle al tema un tratamiento cercano al de los grandes géneros literarios. Ya en la primera mitad del siglo XIX, los faits-Paris o canards que representaban los rumores, las "bolas" que se ponían a circular entre las gentes con su ambigua mezcla de verdad y fantasía, llamaron la atención de Balzac. Pero es en el último tercio del siglo XIX, cuando los faits divers hacen su entrada ilustre en la lengua francesa con Mallarmé, quien publica, bajo el título de Grands faits divers, "textos que al lado de alusiones sobre el escándalo de Panamá nos hablan de hechos tan diversos como la Magia del Verbo y la confrontación del Poeta con el Trabajador manual"[1]. No será sino mucho después, en 1954, cuando gracias a unas breves notas de Merleau-Ponty se tendrá una nueva semblanza de los faits divers al calificar como tales tanto el hecho testimonial de él mismo haber presenciado el suicidio de un hombre en una estación de tren en Italia, como el drama leído en un periódico o los petits faits vrais de Stendhal [2]. Diez años después, en 1964, Roland Barthes tratará de definir la estructura de los faits divers como unidades dotadas de una información total, inmanente, que al contener en sí todo su saber no remiten a ningún otro conocimiento externo para explicarse a sí mismos y ser lo que son: estructuras cerradas que le dan al consumidor, mediante su lectura, todo lo que es posible darle. Para Barthes es la inmanencia de tal estructura cerrada lo que define a los faits divers. Pero ¿qué pasa dentro de ésta? Un ejemplo, el más sencillo posible, nos lo dirá, según Barthes: "acaban de hacerle la limpieza al Palacio de Justicia. Esto no tiene mayor importancia. No lo habían hecho desde hace cien años. Esto es un fait divers"[3].

No obstante los imaginativos esfuerzos por definir este tipo de acontecimientos sobre los cuales la prensa escrita reivindica una celosa maternidad, habría que reconocer con algunos franceses que a sus faits divers se les puede encontrar en cualquier momento de la historia humana. Es lo que muestra Romi en su antología de sucesos extraordinarios recogidos desde la Edad Media hasta la época contemporánea, selección de encantamientos, crímenes, impresionantes incidentes y monstruosidades, o la de Pierre Seguin sobre el siglo XIX, poblada de grandes catástrofes, de animales fantásticos, de crímenes de pasión, de sueños y pesadillas populares [4]. Y no podría ser de otra manera, pues como lo dijo con gracia Pierre Viansson-Ponté, dado que la historia de la humanidad comenzó por la sustracción fraudulenta de una manzana, continuó con un fratricidio y casi llega a su fin por una catástrofe meteorológica como la del diluvio, no tiene nada de extraño que los faits divers puedan reflejar la vida y la imagen de las sociedades [5].


el caso colombiano

En Colombia, la aparición y desenvolvimiento del género han llegado a vincularse a un solo nombre. Gabriel García Márquez, por ejemplo, llamó a Felipe González Toledo "el inventor de la crónica roja". Este Felipe, nacido en Bogotá el 27 de julio de 1911 y fallecido en la misma ciudad el 31 de agosto de 1991, comenzó su actividad periodística a fines de los años treinta en el Diario Nacional y La Razón para vincularse después a El Liberal, donde le asignaron las noticias de policía. Fue en El Espectador y la revista Sucesos donde desarrolló y culminó su característica visión periodística.

Es muy poco probable que González Toledo hubiese conocido las elaboraciones teóricas e historiográficas que en Europa circulaban alrededor de ese periodismo montado sobre insólitos hechos cotidianos y aún bajo la sospecha de medrar gracias a la vulgaridad y el sensacionalismo. No dejan de ser llamativas, sin embargo, algunas convergencias entre su personal itinerario profesional y lo que en el continente europeo ya era un género periodístico con una importante base de lectores. De entrada se advierte la deliberada relación del cronista con la literatura, ya que desde su temprana vocación de escritor se decidió por la reseña policíaca como una actividad en la cual podía combinar estilo e imaginación. Pensó, según sus propias palabras, que allí "podía jugar un poquito a la imaginación y desarrollar un estilo […], a la noticia aplicarle una técnica distinta […], una conformación agradable […] no para falsear los hechos [puesto que a tal] imaginación le apliqué un gran sentido de responsabilidad" [6].

González Toledo no era, como puede verse por sus propias palabras, un receptor pasivo de la realidad. Había en él la preocupación por darle a su trabajo un sentido distinto al del simple reflejo de los eventos externos, por dotarlo de significados existenciales y de compromisos éticos. A él no le gustaba el término de "crónica roja". Coincidiendo con quienes desde el continente europeo rebasaban el marco restrictivo de los hechos de sangre, indicaba que la denominación le parecía "cruda" y "deliberadamente despectiva". Sobre la base de que la crónica roja falseaba la noticia dándole apariencias espectaculares, González Toledo proponía el término alternativo de noticias de policía. ¿Por qué? Porque la primera denominación le parecía cruda y despectiva mientras que en la segunda la esencia humana de la noticia se mantenía: los pecados de las personas, el que coloca su vida al borde del abismo…" [7]. Pero, aún más, para nuestro cronista las historias de policía daban la posibilidad, por su carácter socialmente expresivo y las numerosas claves de poder en ellas contenidas, de hacer la historia grande, la que con mayúsculas se escribe desde la academia. Por eso tuvo el proyecto de "escribir diez años de historia que iban del 43 hasta cuando Rojas tomó el poder. Diez años de historia montada sobre historias de policía" [8]. Nada más claro que esta idea, por desgracia nunca realizada, para revelar el estatuto literario, sociológico e histórico que Felipe González Toledo le daba a su trabajo.

Es entre 1956 y 1962, en Sucesos, exitoso semanario de crónicas y reportajes que con una circulación de 60.000 ejemplares llegó a ser la mejor revista de su tipo publicada en el país, cuando González Toledo, como codirector de la misma, parece darle la más cumplida forma a su concepción del género. El nombre de la nueva revista, el mismo que en el vespertino de El Espectador cubría las páginas de la información judicial y policíaca, anticipa el sentido que Georges Auclair le dará en 1970 al término cuando, al buscar las afinidades en otros idiomas para los faits divers, observa que "si en español el plural sucesos puede servir para designar los mismos, en el singular el suceso se refiere más a un "acontecimiento" [9], en la connotación que este último tiene como "hecho histórico", es decir, importante, dentro de la historiografía convencional.

Una selección de Sucesos a partir de los títulos de las crónicas permite apreciar el carácter multidimensional de la revista. "Locura e intriga en el asesinato y proceso de Jorge Eliécer Gaitán" de Felipe González Toledo, "Tras el fugitivo número uno de América" y "Condenados a veinte años por crimen que no cometieron" de Gabriel García Márquez, "El 'loco' Galvis halló la paz donde lo esperaba la muerte", de Plinio Apuleyo Mendoza, "León de Greiff, poeta subversivo" de Juan Lozano y Lozano, "La vida 'íntima' del caballo Triguero", de Germán Pinzón, "El pleito por el 'hijo' colombiano de Josefina Baker", de José Guerra, "Se suicida amante imaginario de Gabriela Mistral", de Arturo Escobar Uribe, "Los negros despiden a sus muertos con canciones", de Manuel Zapata Olivella, "Joven pobre sueña con la gloria taurina", de Santiago Iriarte Rocha, "El atropello de la dictadura en la Plaza de Toros de Santamaría", de Carlos Villar Borda. Un esquema muy parecido al que defendería en 1978 una autorizada voz del periodismo mundial, Michel Villeneuve, jefe de redacción de France-Soir, "la gente se hace una falsa idea sobre los faits divers ya que los asocian generalmente con la imagen del crimen pasional: en realidad estos sucesos son, pese a muchos de sus contenidos, una explosión de vida. Ellos se producen cuando dos caminos, normalmente paralelos, se cruzan y se chocan” [10].


la crónica roja en bogotá

Las distinciones precedentes entre "crónica roja", "historias policiales" y "sucesos" permiten revelar la amplitud del debate sobre un género periodístico que pese a la ambigüedad de sus confines y a la variedad de sus contenidos no deja de registrar, por encima de todo, las singulares e inesperadas explosiones de vida en el curso aparentemente regular de la existencia humana. Pero la crónica roja es mucho más que el testimonio de un hecho que pide ser comunicado por su condición de ruptura de la continuidad cotidiana. Hay en ella mediaciones, no siempre transparentes, que lastran la aparente inmediatez del relato. La crónica roja hace parte, sin que para ello se lo proponga de modo explícito, de una institucionalidad disciplinaria orientada a homogeneizar y normalizar la conducta según patrones de comparación y diferenciación que integran o excluyen los comportamientos individuales [11]. Esa misma institucionalidad hace que el escritor de tales noticias, sin que tampoco se lo proponga de modo explícito, se convierta mediante la verdad de sus propias pesquisas, en un conjuez de las verdades y sanciones procesales buscadas por la justicia de cada sociedad. Es portador, quiéralo o no, de una verdad extra-procesal cuyo fallo de inocencia o culpabilidad no deja de tener importantes connotaciones sociales y aún jurídicas. De todas maneras, al absolver o culpar, el género policíaco logra participar de ese arte del castigo que según Foucault diferencia a los individuos entre sí según reglas de conjunto por seguir, y mide "en términos de valor las capacidades, el nivel, la 'naturaleza' de los individuos" [12]. La crónica roja sería, en fin, uno de los miradores del Panóptico social, figura esta que nos permitimos derivar del Panóptico de Bentham empleado por Foucault, construcción en anillo poblada de celdas en cuyo centro hay una torre con dos ventanas, una al interior y otra al exterior, cuyo juego de contraluces le permite a los vigilantes observar, individualizados y visibles, a los confinados. Y que tiene tanto la capacidad de amplificar el poder público como de elevar el nivel de la moral colectiva [13].

El Panóptico social: conjunto de espacios segregativos poblado por todos aquellos que en algún momento rompieron la normalidad y el orden de una sociedad que se autorreproduce gracias a sus miradas y aparatos disciplinarios. Aun cuando algunas de esas segregaciones son compartidas por todas las sociedades según una tabla general de la ley, la del asesino y el ladrón por ejemplo, la principal característica de la estructura panóptica es su relatividad social e histórica. El Panóptico social en Colombia, para hablar ya de nuestro caso concreto, es una construcción conformada según los tipos, formas y número de exclusiones impuestas por el también histórico y cambiante estatuto de normalidad pública y privada. Y es la crónica roja uno de los indicadores más expresivos de ese polivalente y dinámico universo de excluidos sociales.

A pesar de que el anterior postulado no puede desarrollarse en los estrechos límites de la presente antología policíaca, este volumen ha seleccionado una serie de crónicas rojas en el sentido más judicial del término, restringida a Bogotá, y en un largo período comprendido entre comienzos y mediados del presente siglo. No obstante, a continuación se hacen algunas indicaciones sobre el entorno social e histórico de las crónicas rojas seleccionadas según una periodización marcada por los años treinta, punto en que la evolución de la crónica roja hacia formas más elaboradas y la progresiva reafirmación de la modernidad urbana en el país señalan un antes y un después característicos.

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