Las
increíbles travesuras del doctor Rodolfo Llinás
Bocas logró la más personal e íntima
entrevista, hasta el momento concedida por el científico.
– ¿Quieren ver la prueba contundente? –dijo
Llinás.
Y después de largas horas de asombrosa conversación
y de haber narrado episodios simpatiquísimos e inéditos de su vida, trajo su
computador portátil a la mesa, lo encendió, buscó un archivo y puso a rodar un
video en el que, en un plano estático, se ven dos vasos, uno al lado del otro.
En el vaso de la izquierda hay un pez dorado
(comúnmente conocido como “bailarina”), que se mueve y abre frenéticamente la
boca en el agua.
En el vaso de la derecha, en el fondo, hay otro pez
dorado, completamente inmóvil. Está en la “nano-agua”, que a primera vista
parece normal.
Pronto, en el encuadre, aparece una mano que agarra
con una malla al pez que está moviéndose febrilmente en el recipiente de la
izquierda, y lo pasa al envase de la derecha. Y en cuestión de segundos, el
animalito se va al fondo y se queda quieto como su compañero. Ambos inmóviles,
tranquilos, observando.
De la misma manera, a su compañero (el que estaba
tan quieto y plácido) lo pasa al recipiente de la izquierda en donde, en
cuestión de los mismos segundos que tuvo su predecesor para adaptarse, comienza
a moverse tal cual como se movía su camarada, de un lado al otro, abriendo la
boca. Respirando.
– ¿Sí ven? Es muy sencillo. Es la mejor prueba que
hay y no hay manera de refutarla: el pez que está en el agua normal hace todo
lo que hace un pez en agua normal: moverse y abrir su boca para respirar,
porque esa es su función. El de la derecha, el que está en la “nano-agua”,
simplemente se sienta a descansar, porque aquí mejora su funcionamiento a nivel
celular y ya no necesita abrir su bocota ni nada de eso.
Y efectivamente. Ahí está la prueba fehaciente –tan
sencilla y tan miedosamente contundente– de que estamos frente a un agua
increíble, un líquido excepcional que el mismo científico bogotano ha definido
como: “Un nuevo concepto en medicina… Una sustancia que optimiza la vida… Un
agua que se podrá tomar o se podrá administrar por vía intravenosa”.
¿Pero de qué se trata este invento? El
neurofisiólogo colombiano llegó a la conclusión de que el agua se puede mejorar
notablemente, al punto que puede ayudar a prevenir enfermedades causadas por el
deterioro celular (cáncer, alzhéimer, etc…), siempre y cuando sea sometida al
influjo de una alta concentración de energía, a través de un proceso de
“nanotecnología”.
En otras palabras, el más grande científico que ha tenido
el país –, que dirigió el programa del grupo de trabajo científico “Neurolab”
de la NASA–, logró, luego de largos años de experimentos, que en el agua ocurra
un fenómeno llamado “cavitación”, gracias al cual se producen “nano-burbujas”
de vacío en las que se inserta el oxígeno (dentro del cristal normal del agua),
multiplicando así su capacidad de oxigenación. Toda una revolución.
Sin embargo, muy a pesar de la maravilla que
implica su descubrimiento –como sacado de la más intrépida novela de ciencia
ficción–, al actual director del departamento de Fisiología y Neurociencia de
la Universidad de Nueva York no le gusta hablar mucho del tema. De hecho, por
ahora prefiere esperar los resultados, en la medida en que acaba de entregar su
investigación a la comunidad científica.
Lo que sí hizo, con entusiasmo moderado, fue
mostrar el video. Y lo hizo después de una muy personal e íntima entrevista
–con ajiaco incluido, que adora y que devora cada vez que viene a Colombia–, en
la que reconstruyó los incidentes, las aventuras y las andanzas de su vida.
Una traviesa historia que comenzó en los años
treinta, en una singular y pacata ciudad a 2.600 metros de altura, en el seno
de una familia de catalanes que llegaron a este país en el siglo XIX y que
dejaron en nuestra tierra uno de los cerebros más brillantes que recuerde la
República de Colombia: Rodolfo Llinás Riascos (Bogotá, 16 de diciembre de
1934).
Finalmente, ¿costeño, bogotano o catalán?
Sé quién soy y soy catalán. Casi no tengo nada
colombiano. La gente piensa que los Llinás somos de Sabanalarga pero, ¿cuánto
tiempo duraron en Sabanalarga? Pues dos generaciones. Pero ¿cuánto tiempo
duraron en España? A ver, creo que mi apellido tiene más o menos dos mil años.
Aquí vino un señor catalán, le pareció fantástico, consiguió mucha tierra y se
devolvió. Entonces vinieron los hijos por allá en 1860 y ahí empezó el cuento
de que los Llinás eran costeños. Mi abuelo se vino a estudiar medicina a Bogotá
y se quedó. Mi papá nació en Sabanalarga, pero se vino a los cuatro años. Yo
soy bogotano.
Usted comenzó sus estudios en el Gimnasio Moderno,
pero todo parece indicar que no le fue muy bien, ¿o no?
El Moderno fue sumamente interesante. Estaba basado
en la visión de Agustín Nieto de un colegio inglés: de saco y corbata. Había
muchos profesores extranjeros de una altura impresionante, como el profesor
Prat, uno de los caudillos españoles de izquierda, catalán, que hasta tiene
plaza en Barcelona. Pero yo fui un estudiante malísimo…
Y por varios colegios, ¿cómo fue su recorrido?
Estuve en el Gimnasio Moderno, en el Cervantes, en
el Liceo Francés, en varios. Y siempre con pelotera. Es que enseñaban unas
cosas que no entendía y que no eran interesantes. El problema grave es que,
como no tenían contexto, entonces no aprendía. Y yo decía “no le jalo”.
¿Qué ejemplo tiene de descontextualización?
La geografía, por ejemplo. Yo no necesito saber los
afluentes del río Caquetá. ¿Para qué necesito saberlo? Esos son conocimientos
completamente inútiles. Yo aprendí las pocas cosas que sé en mi casa, con mi
padre y con mi abuelo.
Siempre habla de su abuelo como su gran influencia.
¿Por qué?
Era famosísimo en la escuela de medicina porque era
un profesor del carajo, muy especial, que se botaba al suelo y hacía un ataque
de epilepsia, a tal punto que la gente pensaba que tenía epilepsia. Fue también
el gerente del hospital de Sibaté. En fin. Las charlas con mi abuelo eran de
morirse, una cuestión increíble. Su casa, donde viví, tenía toda clase de
recovecos y libros y cosas, y me la pasaba esculcando a ver qué encontraba.
Había una puerta con resorte a la que le ponían un dragón de metal para tenerla.
Y yo decía: “¿y esta vaina tan rara qué es, que se le mueve la cola y abre la
carraca?”. Yo le preguntaba a mi abuelo y simplemente me respondía: “es un
pedazo de hierro en forma de dragón, así nació, así es”. Entonces yo me dije:
“¡Mmmmm… aquí hay gato encerrado!”, y le hice una investigación al dragón. De
tanto mirar, resolví poner un papel en el piso y, al accionar la cola, salió un
sello embolsado y ¡ah, qué descubrimiento tan fantástico! Entonces fui y le
mostré a mi abuelo y me dijo: “Lo descubriste, mijo. Esto es la vida. Las cosas
importantes, las descubres tú, si no las descubres tú, no son tuyas”. Yo tenía
cuatro años. Y así fue todo, con discusión diaria a la hora de almuerzo.
Un desarrolladísimo sentido de la curiosidad…
Un día, desde el segundo piso de mi casa, vi como
un paciente de mi papá empezó a hacer unas vainas rarísimas: se botó en el
suelo, movía las piernas y los brazos y echaba babas. Yo decía: “pero cómo es
de mal educado ese pisco”. Entonces mi papá subió y me explicó qué le pasaba:
“Mire, mijo, es que hay una cosa que se llama el cerebro y resulta que lo que
uno hace, no es necesariamente lo que uno quiere hacer. Es un poquito más
complicado y todas esas cosas son propiedades del sistema nervioso”, entonces
ahí se armó la grande porque empecé todos los días a preguntar: “¿Y adentro qué
hay?, ¿y eso se puede comer?, ¿y cómo funciona?”. Entonces estoy en esta vaina,
más o menos, desde los cuatro años: el cerebro y el hecho de la situación
biológica.
¿Su papá y su abuelo le explicaban con contexto?
Siempre. “¿Cómo vuela un avión, abuelo?”. Y me
decía mi abuelo: “tráeme un cuchillo y un bloque de mantequilla”. Yo se la
traje y con el cuchillo me explicó: “Si el cuchillo se inclina hacia arriba,
entonces sube, y si lo pongo hacia abajo, entonces baja. Un avión es un
cuchillo que corta el aire y que, además, se atornilla en el aire. Entonces es
un tornillo con un cuchillo detrás”.
Y mientras tanto, la educación en sus colegios sin
contexto…
El primer lugar que estuve fue Migajitas, un colegio
de niños chiquitos, a dos vueltas de la casa (carrera Décima con calle 23). Me
devolví llorando porque dije que sí sabía leer y no sabía leer. Es que había
una pintura de un loro y un tomate, entonces dije: “sí, yo sí sé leer”. Y me
dijeron que no y me fui bravo porque me habían insultado delante de todo el
mundo. Mi papá me explicó: “Eso no es leer, eso es describir lo que está
viendo… es que hay unos garabatos que se llaman letras y las letras juntas
hacen palabras…”. Y así.
Finalmente, ¿cómo se educó?
Voy a dar un ejemplo. Todos los domingos íbamos
juntos a oír música y, en una caminada de esas, vi que en un edificio había un
escudo con una vaina rarísima. “¿Y esto qué es?”, pregunté. “Eso es una letra”,
me dijeron. “Pero esa no la conozco”, dije. “Es que es una letra griega que se
llama Phi y que representa un valor, que es una constante, y una constante es
algo que no cambia; y es muy importante porque es la relación entre el diámetro
y la circunferencia de un círculo”, me dijo mi papá. “A ver, explíqueme esa
vaina”. Y me explicó. Al final yo concluí: “Entonces solamente hay un círculo”.
Con esas palabras, mi papá me abrazó, me besó y me preguntó: “¿y cómo sabes
eso?”. Y respondí con seguridad: “Porque es infinita, por la serie, porque
tiene características que nunca se repiten”. Es que la conceptología era
brutal, de una profundidad y de una sencillez… En cambio en el colegio, que era
la cosa más costosa del mundo, me embrutecían con todas estas vainas, sin
contextos de nada. Entonces yo era malísimo estudiante.
¿Perdió algún año?
No, yo pasaba, pero es que era dificilísimo. Yo
estuve en otro colegio que se llamaba Santa Juana de Arco, y una vez le dije a
mi papá: “Yo a ese colegio no voy. A mí lo que sí me gusta es el recreo”. Y la
cosa era tan especial en mi casa que el señor me dijo: “Bueno, entonces vaya
solamente al recreo”. Así que a las diez de la mañana yo me iba para el recreo
y a las diez y media me iba para la casa. Eso era un relajo la cosa más
espantosa. Y claro, el resto de los estudiantes en un estado de odio porque,
además, a las nueve de la mañana yo cogía mi bicicleta y pasaba por el frente
del colegio para comprarme un negro (un bizcocho). Y así fue más o menos un
año. Hasta que apareció una profesora de matemáticas que me dio clases de
geometría, que no se las daba a nadie más: rectas, triángulos, paralelas,
geometría en tres dimensiones, en fin… Siempre hubo, de algún modo, alguien con
quien podía dialogar. Pero en las clases normales no fui tan bueno.
Y a todas estas, ¿qué hay con la educación
religiosa que, como a todo bogotano de la época, también le debió tocar?
La estructura religiosa me parecía horrible. Me
llevaban a misa y qué olor tan terrible. Había unas procesiones y resulta que
uno de niño se fija en cosas que la gente no ve: cómo el cura insulta a los
monaguillos, por ejemplo. ¡Qué susto! Mi mamá me decía: “hombre, Rodolfo,
tienes que ir a la iglesia porque si no te llevan al infierno”. Y yo le
respondía: “No estoy muy seguro”. Entonces me decía que a su virgen, que no recuerdo
cómo se llamaba, le rezaba y ella le hacía milagros. Y yo le decía: “Tú le
rezas a una piedra en forma de Virgen. ¿Por qué no le rezas directamente a
Dios”. Entonces, con calma, me decía: “Es que Dios está muy ocupado y ella
intercede. Entonces uno le reza y ella va y trata de conquistar a Dios para que
haga las cosas”. A mí todo eso me sonaba como “rarón” y le dije: “Que venga un
cojo sin pierna, que le rece a la virgen, y que le salga la pierna. Entonces
ahí sí vamos a hablar de milagro”. Yo tenía como nueve años.
¿Cuál fue la gran discusión con sus padres? ¿Cuándo
dijeron sus viejos: “aquí sí hay que tener un límite”?
Mi padre era muy estricto, pero era suficientemente
inteligente para entender que simplemente yo era un alma libre. Yo a todo decía:
“Sí, pero vamos a ver, eso hay que negociarlo”. Y mi mamá, pues, era
fantástica. Me hacía el cuarto en todo. Una familia muy sana, con una vida muy
buena y muy querida.
MAURICIO SILVA GUZMÁN Y FERNANDO GÓMEZ ECHEVERRI
REVISTA BOCAS
REVISTA BOCAS
Publicación
eltiempo.com
Sección
Otros
Fecha
de publicación
18
de noviembre de 2013
Autor
MAURICIO SILVA GUZMÁN Y FERNANDO
GÓMEZ ECHEVERRI
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