ESPECIALIZACIÓN INFORMÁTICA EDUCATIVA

domingo, 30 de septiembre de 2012

CUENTOS FANTÁSTICOS GRADO 7



Cuestión de horarios

El arbitro entró en el campo de juego acompañado de sus asistentes de campo. El cuarto árbitro, el que siempre señala cuantos minutos más se van a jugar o los cambios de jugadores, estaba un poco extraño ese día, se veía pálido y no podía mantener el equilibrio, pero aún así fue a dirigir el partido desde los bancos. Los directores técnicos lo veían mal, parecía que se estaba muriendo de a poco y de pie, pero cuando le preguntaron si estaba bien, el asintió con la cabeza.
Trascurrían los primeros quince minutos del primer tiempo, cuando un jugador del equipo local sufrió una lesión y se anunció un cambio. El director técnico le dijo los jugadores que pensaba cambiar, pero el cuarto árbitro no anotó nada, estaba muerto de pie. El partido se detuvo para controlar la salud del árbitro, pero no había caso, estaba muerto. El juez de línea se dio vuelta para llorar por su buen amigo, pero lo vio salir del túnel por donde salen los equipos, con la indumentaria oficial para dirigir el partido. Al final, alegó que había llegado tarde porque se había equivocado con el horario.


El Rey impostor

Cansado de la vida, el Rey ordenó a su súbdito que lo azotase y que luego lo mandase a ejecutar. El súbdito tenía en claro que no debía contradecir al Rey bajo ninguna circunstancia, por eso obedeció la orden. Luego de azotarlo con el látigo y abofetearlo con los guantes de caballero, el súbdito envió al Rey a que lo ejecutasen. Llamó al arquero más hábil de todo el reino y lo puso frente al Rey. La Majestad le ordenó que le clavase una flecha en el pecho para acabar con su vida. El arquero tomó distancia, se cubrió la cara con su máscara, le pidió al Rey que también se cubriera la cara y disparó la flecha. El arquero fue y le sacó la máscara al muerto, descubriendo la cara del súbdito. Luego se sacó su máscara, delatando su cara de Rey.

Historia de los dos que soñaron
[Minicuento. Texto completo]
Gustavo Weil
Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso y no duerme) que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió, menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño a un desconocido que le dijo:

-Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla.
A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de los desiertos, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el decreto de Dios Todopoderoso una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y lo llevaron a la cárcel. El juez lo hizo comparecer y le dijo:
-¿Quién eres y cuál es tu patria?
El hombre declaró:
-Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Yacub El Magrebí.
El juez le preguntó:
-¿Qué te trajo a Persia?
El hombre optó por la verdad y le dijo:
-Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que la fortuna que me prometió ha de ser esta cárcel.
El juez echó a reír.
-Hombre desatinado -le dijo-, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín. Y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol, una higuera, y bajo la higuera un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, has errado de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no vuelva a verte en Isfaján. Toma estas monedas y vete.
El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la higuera de su casa (que era la del sueño del juez) desenterró el tesoro. Así Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó. Dios es el Generoso, el Oculto.

FIN

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