José
Asunción Silva
El 23 de mayo de 1896, a eso de las once de la noche, José Asunción
Silva, joven poeta, bogotano aristocrático de 31 años de edad, se despidió de
los amigos con quienes acostumbraba conversar en diaria tertulia y dio a su
madre y a su hermana Julia el beso de las buenas noches. Antes de salir de la
sala, uno de sus comensales lo detuvo para invitarlo a almorzar al día
siguiente. Pero Silva le respondió que eso no sería posible a causa de su salud
quebrantada y añadió algunas palabras acerca de la inutilidad de la vida. Su
amigo, tratando de reprocharle su pesimismo, le dijo entonces:
— Si
sigues así, no me sorprenderá que te des un balazo el día menos pensado.
— ¿Quién,
yo? ¡Sería curioso que yo me matara! — Contestó Silva con mucha presteza, pero
sonriendo.
Cumplidas
las despedidas, Silva se dirigió a su habitación. Se desnudó y luego se vistió
con otras ropas limpias y preparadas al efecto: pantalones de casimir, botas de
charol y una camiseta de seda blanca en la que se podía ver dibujada la silueta
del corazón, precisamente sobre el lugar donde debía encontrarse ese órgano
vital. Después se supo que esa misma mañana el poeta había visitado a su médico
y amigo, el doctor Juan Evangelista Manrique, con el pretexto de pedirle un
remedio contra la caspa. El doctor Manrique recordaría más tarde que Silva le
había pedido, como al pasar, que le dibujara en la camiseta con un lápiz
dermográfico el lugar exacto del corazón.
El poeta
se recostó luego en su lecho y empuñó el revólver que tenía preparado para ese
momento. Colocó la boca del cañón en el centro del dibujo de su corazón y
oprimió el gatillo. La bala trazó un relámpago de muerte en el pecho del
suicida y, dice un historiador, "le puso fin al poema de su
melancolía".
Nadie oyó
el estampido. A la mañana siguiente, la anciana criada que entró a la
habitación trayendo la bandeja del desayuno, encontró al cadáver, con los ojos
abiertos y la expresión tranquila.
No dejó
carta de despedida, ni explicación escrita sobre los motivos del suicidio. Sus
funerales consistieron, según la norma impuesta en la época por la Iglesia
Católica, en arrojar el cadáver a un muladar. Los suicidas no tenían derecho a
la paz del cementerio, reservada exclusivamente a los fieles practicantes del
amor, la compasión y la caridad.
Es ya una
tradición comenzar la biografía de José Asunción Silva con el relato de su
muerte. No se dice en primer lugar que nació en Bogotá, en noviembre de 1865,
en el seno de una familia aristocrática liberal y masónica por la línea paterna
y conservadora por la materna; que fue un niño extraordinariamente bello y
sobreprotegido por su madre y hermanas; que en el colegio sus compañeros se
burlaban de él, llamándolo "El Niño Bonito" o, peor aún, "José
Presunción" ; que fue creciendo aislado, sin amigos, encerrado en la
jaula de su propia hermosura y de la delicadeza de sus modales, dominado por
una creciente timidez y atrincherado en la conciencia de su inteligencia
precoz, superior a la de quienes lo rodeaban y hacían mofa de él. Tampoco se
acostumbra comenzar la historia de José Asunción diciendo que a los diez años
de edad escribió su primer poema, una pieza literaria que demuestra una
increíble madurez intelectual.
Yo quiero
hablar aquí, hoy, de algunos hechos y circunstancias que me parecen importantes
para entender a este ser humano, mi prójimo de carne y hueso, que se llamó José
Asunción Silva y que pasó por el mundo como una estrella fugaz, pidiendo en
vano que alguien se asomara a las profundidades de su alma, más allá de su
brillo deslumbrante, debajo de su radiante vestidura de poemas inmensos y
modales delicados, y viera y comprendiera sus dolores, sus soledades, sus
angustias y sus alegrías.
Se ha
dicho que nació triste. Es mentira. Nadie nace triste. Nació en el seno de una
familia entristecida por la vergüenza y por la tragedia. En 1860 un primo suyo,
Guillermo Silva, se suicidó de un balazo en presencia de su mujer y sus hijos
en la Hacienda de Hatogrande, y esto era una vergüenza horrible. En 1861 un
pariente directo suyo, Joaquín Suárez Fortoul, cayó despedazado en las
trincheras del Alto de San Diego, donde hoy se alza la Plaza de Toros de Santa
María, en el intento de toma de Bogotá por parte del ejército liberal. En 1864,
un año antes del nacimiento del poeta, su abuelo José Asunción fue brutalmente
asesinado en la misma Hacienda de Hatogrande por una partida de bandoleros. La
circunstancia de que la familia quisiera perpetuar el nombre del abuelo muerto
en el nieto recién nacido, y el hecho comprobable de que durante toda la
infancia del niño José Asunción se recordó con dolor y amargura la horrible
muerte del viejo José Asunción, tiene por fuerza que haber dejado huella muy
profunda en la fantasía del muchacho, precisamente en la edad en que se
realizan los procesos sicológicos de la identificación. Nos consta a todos,
porque estuvo a la vista y no quisimos verlo, que nuestro poeta se empeñó
sistemáticamente en llamarse a sí mismo José , simplemente, y que firmó
sencillamente José Silva en sus cartas y papeles, como si quisiera
sacudirse del pellejo un nombre marcado por la muerte. Y nos consta también que
en su Nocturno Tercero , en el que llora con amargura la muerte de su
hermana y confidente Elvira, firma explícitamente José Asunción Silva ,
como si quisiera subrayar con el hálito trágico de su nombre el carácter
verdadero y real de la tragedia evocada en el poema. No sobra agregar, de
ninguna manera, que el abuelo José Asunción tuvo fama en su época de tener
modales muy afectados, "insinuantes" según dice un historiador, y que
no faltó un canalla que inventara calumnias a partir del hecho de que este
anciano vivía en la Hacienda de Hatogrande en la íntima compañía de su hermano
y confidente, don Antonio María Silva.
Varias
cosas se pueden deducir de estos hechos: primero, ya había casos de suicidio en
la familia; segundo, ya la familia estaba marcada socialmente por este estigma,
lo que la obligaba a retraerse de la vida social y a encerrarse en sí misma;
tercero, la afectación de los modales era una manera de comportamiento que
tenía antecedentes en la familia; cuarto, la amistad y la confidencia entre los
hermanos Silvas era un hábito familiar, fortalecido por las trágicas
circunstancias de la vida; y quinto, que, según veremos más adelante, la
calumnia sobre relaciones incestuosas también era un hábito en la vieja y
mezquina Santafé de Bogotá, esa aldea triste y sombría a la que Silva llamó
alguna vez irónicamente "la culta capital".
Cuando
José Asunción llegó a los 17 años estaba ya plenamente formado como poeta.
Escribió entonces, para su amigo Diego Fallon, esta pieza admirable que
certifica su extraordinaria maestría de creador y rinde culto a la eterna
poesía de la naturaleza:
A Diego
Fallon
Cuando de
tus estancias sonorosas
Las solemnes imágenes
En los lejanos siglos venideros
Ya no recuerde nadie,
Cuando estén olvidados para siempre
Tus versos adorables,
Y un erudito, en sus estudios lentos,
Descubra a Núñez de Arce,
Aun hablarán a espíritus que sueñen
Las selvas seculares
Que se llenan de nieblas y de sombras
Al caer de la tarde.
Tendrán vagos murmullos misteriosos
El lago y los juncales,
Nacerán los idilios
Entre el musgo, a la sombra de los árboles,
Y seguirá forjando sus poemas
Naturaleza amante
Que rima en una misma estrofa inmensa
Los leves nidos y los hondos valles.
Las solemnes imágenes
En los lejanos siglos venideros
Ya no recuerde nadie,
Cuando estén olvidados para siempre
Tus versos adorables,
Y un erudito, en sus estudios lentos,
Descubra a Núñez de Arce,
Aun hablarán a espíritus que sueñen
Las selvas seculares
Que se llenan de nieblas y de sombras
Al caer de la tarde.
Tendrán vagos murmullos misteriosos
El lago y los juncales,
Nacerán los idilios
Entre el musgo, a la sombra de los árboles,
Y seguirá forjando sus poemas
Naturaleza amante
Que rima en una misma estrofa inmensa
Los leves nidos y los hondos valles.
Entre los
18 y los 20 años de edad, viajó Silva por Europa, especialmente por Francia e
Inglaterra. En París conoció a Mallarmé, el fundador del simbolismo, a quien
reconoció como uno de sus más queridos maestros y con quien mantuvo una
relación de correspondencia durante todo el resto de la vida. Asistió a sus
tertulias, trató con lo más brillante y lucido de la joven intelectualidad
francesa. No pudo conocer, hasta donde sabemos, a esa escandalosa pareja de amantes
y genios de la literatura que fueron Paul Verlaine y Arthur Rimbaud, porque en
aquellos años ellos estaban fuera de Francia. Pero es indudable que las
historias en torno a estos dos poetas llegaron a sus oídos, porque eran el tema
del día en los círculos literarios de Europa. Rimbaud era, por lo demás, un
asiduo de las tertulias simbolistas y su destino de niño prodigio, bello y
endemoniado fue, si cabe hacer una frase recurrente, un símbolo del simbolismo.
Durante
su estadía en Europa trabó Silva conocimiento con el célebre Oscar Wilde y,
según dicen los biógrafos, los dos llegaron a ser "buenos amigos". Y
en este punto es de advertir que quienes me oyen ahora, en esta noche en que
recordamos a nuestro querido poeta José Asunción Silva, deben abstenerse de
pensar en la palabra "homosexualismo", porque este término es
completamente tabú en las biografías de Silva y porque, además, se supone que
en Colombia jamás ha habido un solo poeta con esas inclinaciones.
De
regreso en Colombia, Silva intentó realizar una existencia abierta, socialmente
activa, pero pronto encontró otra vez los obstáculos que ya se le habían
opuesto durante la infancia. Las gentes lo miraban, envidiaban su hermosura y
encontraban en sus modales el pretexto para rechazarlo o ridiculizarlo. Tomás
Carrasquilla describe así su primer encuentro con Silva, en 1890:
Nocturno I
A veces cuando en alta noche
A veces cuando en alta noche
A
veces, cuando en alta noche tranquila,
Sobre las teclas vuela tu mano blanca, Como una mariposa sobre una lila Y al teclado sonoro notas arranca, Cruzando del espacio la negra sombra Filtran por la ventana rayos de luna, Que trazan luces largas sobre la alfombra, Y en alas de las notas a otros lugares, Vuelan mis pensamientos, cruzan los mares, Y en gótico castillo donde en las piedras Musgosas por los siglos, crecen las yedras, Puestos de codos ambos en tu ventana Miramos en las sombras morir el día Y subir de los valles la noche umbría Y soy tu paje rubio, mi castellana, Y cuando en los espacios la noche cierra, El fuego de tu estancia los muebles dora, Y los dos nos miramos y sonreímos Mientras que el viento afuera suspira y llora! ..................................................................................... ¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos, cuando sobre las teclas vuelan tus manos! |
Nocturno II
Poeta, di paso |
Poeta!,
di paso
Los furtivos besos!...
¡La
sombra! Los recuerdos! La luna no vertía
Allí ni un solo rayo... Temblabas y eras mía. Temblabas y eras mía bajo el follaje espeso, Una errante luciérnaga alumbró nuestro beso, El contacto furtivo de tus labios de seda... La selva negra y mística fue la alcoba sombría... En aquel sitio el musgo tiene olor de reseda... Filtró luz por las ramas cual si llegara el día, Entre las nieblas pálidas la luna aparecía...
Poeta,
di paso
Los íntimos besos!
¡Ah, de
las noches dulces me acuerdo todavía!
En señorial alcoba, do la tapicería Amortiguaba el ruido con sus hilos espesos Desnuda tú en mis brazos fueron míos tus besos; Tu cuerpo de veinte años entre la roja seda, Tus cabellos dorados y tu melancolía Tus frescuras de virgen y tu olor de reseda... Apenas alumbraba la lámpara sombría Los desteñidos hilos de la tapicería.
Poeta,
di paso
El último beso!
¡Ah, de
la noche trágica me acuerdo todavía!
El ataúd heráldico en el salón yacía, Mi oído fatigado por vigilias y excesos, Sintió como a distancia los monótonos rezos! Tú mustia yerta y pálida entre la negra seda, La llama de los cirios temblaba y se movía, Perfumaba la atmósfera un olor de reseda, Un crucifijo pálido los brazos extendía Y estaba helada y cárdena tu boca fue mía! |
LA VIDA DE RUBÉN DARÍO:
El poeta
que hoy se conoce como Rubén Darío, padre del modernismo, nació con el nombre Félix Rubén
García Sarmiento en Metapa (hoy Ciudad Darío), Nicaragua en 1867. De niño, sus
padres se separaron y su madre fue a vivir con otro hombre en Honduras, dejando
a Darío al cuidado de sus tíos abuelos. El poeta eventualmente decidió usar el
antiguo apellido familiar Darío.
Educado
por los jesuitas, Darío fue un lector precoz y comenzó a escribir sus primeros
verso a temprana edad. De hecho, publicó su primer poema a los 13 años en un
periódico local.
En 1887,
después de haberse trasladado a Chile, logró publicar su primer libro de poemas
Abrojos. El año siguiente salió Azul . . . , uno de sus libros
más importantes, marcando el comienzo del modernismo. Además de poeta, fue
corresponsal para el diario La Nación, de Buenos Aires, y luego director
del diario La Unión, en El Salvador. Fue en este país, donde contrajo
matrimonio con Rafaela Contreras en 1890. Un año después, nació su primer hijo,
Rubén Darío Contreras.
En 1892,
el poeta viajó por primera vez a Madrid, dando comienzo a una vida de
trotamundos, alternando entre París, Madrid y países latinoamericanos. Colaboró
con periódicos importantes y desempeñó varios cargos diplomáticos, entre ellos:
cónsul honorífico de Colombia, en Buenos Aires, ciudad en la que publicó Prosas
profanas y otros poemas; y embajador de Nicaragua en Madrid, donde publicó Cantos
de vida y esperanza (1905).
A nivel
personal, tampoco había mucha estabilidad. Su esposa falleció en 1893 y ese
mismo año el poeta se casó con Rosario Murillo. En Madrid comenzó una relación
con Francisca Sánchez del Pozo, estando aún casada con Rosario. Con Francisca
tuvo cuatro hijos, pero sólo uno, Rubén Darío Sánchez, sobrevivió más allá de
la infancia. Llevó una vida de embriaguez, mujeres y desenfreno. Por varios
años luchó contra el alcoholismo, perjudicando su salud, y en 1916 cayó enfermo
y falleció a los 49 años de edad en su Nicaragua natal.
A pesar
de su muerte prematura, fue un escritor prolífico y considerado uno de los
mejores poetas de la lenugua española. Sus obras más importantes son Azul,
Prosas profanas y otros poemas, y Cantos de vida y esperanza.
LO FATAL
A René Pérez.
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos...!
NOCTURNO
A Mariano de Cavia.
Los que auscultasteis el corazón de la noche,
los que por el insomnio tenaz habéis oído
el cerrar de una puerta, el resonar de un coche
lejano, un eco vago, un ligero rüido...
En los instantes del silencio misterioso,
cuando surgen de su prisión los olvidados,
en la hora de los muertos, en la hora del reposo,
sabréis leer estos versos de amargor impregnados...
Como en un vaso vierto en ellos mis dolores
de lejanos recuerdos y desgracias funestas,
y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores,
y el duelo de mi corazón, triste de fiestas.
y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido,
la pérdida del reino que estaba para mí,
el pensar que un instante pude no haber nacido,
¡y el sueño que es mi vida desde que yo nací!
Todo esto viene en medio del silencio profundo
en que la noche envuelve la terrena ilusión,
y siento como un eco del corazón del mundo
que penetra y conmueve mi propio corazón.
A Mariano de Cavia.
Los que auscultasteis el corazón de la noche,
los que por el insomnio tenaz habéis oído
el cerrar de una puerta, el resonar de un coche
lejano, un eco vago, un ligero rüido...
En los instantes del silencio misterioso,
cuando surgen de su prisión los olvidados,
en la hora de los muertos, en la hora del reposo,
sabréis leer estos versos de amargor impregnados...
Como en un vaso vierto en ellos mis dolores
de lejanos recuerdos y desgracias funestas,
y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores,
y el duelo de mi corazón, triste de fiestas.
y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido,
la pérdida del reino que estaba para mí,
el pensar que un instante pude no haber nacido,
¡y el sueño que es mi vida desde que yo nací!
Todo esto viene en medio del silencio profundo
en que la noche envuelve la terrena ilusión,
y siento como un eco del corazón del mundo
que penetra y conmueve mi propio corazón.
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